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Entre el 15 y el 18 de marzo de 1981, 7,000 pobladores de Santa Marta y otros cantones de Victoria, en Cabañas, huyeron de un operativo militar que buscaba erradicar una célula guerrillera, pero que se ensañó con los civiles. Los desplazados huyeron hacia Honduras a través del río Lempa, pero el Ejército, que les iba pisando los talones, perpetró ahí una de las primeras tres grandes masacres de la guerra salvadoreña. Los recuentos preliminares hablan de 200 víctimas, entre muertos y desaparecidos, pero los sobrevivientes afirman que son más. Estas muertes y la tragedia humana detrás de este éxodo han sido largamente ignoradas por la historia.
El movimiento guerrillero había florecido a mediados de los 70 en Santa Marta. La extrema pobreza de sus habitantes y la represión del Estado fueron la tierra donde germinó la semilla de la revolución. El abono fue el discurso de la teología de la liberación. Entre estudios bíblicos y “reuniones de organización”, 40 campesinos terminaron convencidos de involucrarse en acciones concretas para cambiar su realidad. Así fue como una protesta en 1979 los puso en la mira del Ejército.
El 16 de enero de 1979, el Frente de Acción Popular Unificado (FAPU), brazo social de la Resistencia Nacional (RN), se tomó la Cruz Roja, la Organización de los Estados Americanos (OEA) y la embajada de México. Exigían la liberación de la poetisa y lideresa de la RN, Lil Milagro Ramírez, capturada en 1977 y presa política en la Guardia Nacional. En esa toma participó más de una treintena de campesinos, entre ellos pobladores de Santa Marta organizados en la FAPU. El hecho convirtió a esta comunidad de Cabañas en un blanco de la represión del Estado salvadoreño.
Carlos Bonilla
sobreviviente
El 17 de enero de 1979, El Diario de Hoy publicó en su portada una fotografía de los campesinos que un día antes habían participado en la toma de la Cruz Roja. La Guardia Nacional (GN), después de interrogarlos, dijo que los campesinos habían sido engañados y terminaron en medio de un evento del que no tenían conocimiento.
(Esquina superior derecha) Esos campesinos de Santa Marta ahora relatan que se tomaron las instalaciones apoyados por guerrilleros armados de la RN. Horas después, miembros de la GN rodearon el edificio. Estuvieron en el cuartel de la Guardia por más de siete horas y fueron interrogados por separado. Dicen que no se pusieron de acuerdo, pero todos dieron la misma versión: hombres desconocidos los engañaron y les dijeron que iban a una excursión a la capital.
(Esquina inferior izquierda) La Guardia Nacional creyó - o simuló creer - en la versión de los campesinos que ocuparon la Cruz Roja. El entonces director de la GN, Antonio Corletto, explicó a El Diario de Hoy que los liberaron “en vista de haberse comprobado que fueron engañados para realizar la acción”. Ese episodio los convirtió en blanco de los militares. Dos años más tarde, los haría huir a través del río Lempa.
El 18 de junio de 1980, la represión en la zona de Villa Victoria llegó a su punto más álgido. Un operativo militar en los cantones Los Planes, El Picacho y La Pinte, vecinos de Santa Marta, terminó con el asesinato de más de 20 personas. Los responsables fueron soldados y sus colaboradores locales organizados en las llamadas Defensas Civiles.
Entre las víctimas de esta incursión se encontraban mujeres embarazadas y ancianos que no estaban involucrados con la guerrilla. Quienes eran parte del movimiento insurgente habían huido a los montes y el Ejército se ensañó con los que se quedaron. María Digna Recinos y sus hermanas pensaron que estarían a salvo, pero luego quedó claro que nadie lo estaba. Esta es su historia:
María Digna Recinos
sobreviviente
El 15 de marzo de 1981, Santa Marta y sus alrededores emprendieron un nuevo éxodo. Ese día, el Ejército comenzó un amplio operativo “de limpieza” en la zona para eliminar a los grupos guerrilleros que operaban ahí.
En ese entonces, la célula guerrillera en Villa Victoria había crecido, pero apenas para contener una avanzada militar como la que inundó Cabañas, con la Fuerza Aérea como protagonista de bombardeos. De nuevo, no hubo reparos entre civiles y combatientes.
Había que “quitarle el agua al pez”, como dice la metáfora militar que justificó masacres como la de El Mozote, Morazán, ocurrida en diciembre de ese mismo año. Eso explica la magnitud del operativo dirigido por el Destacamento Militar 2 de Sensuntepeque, en colaboración con comandos de otros departamentos y la Fuerza Aérea Salvadoreña.
En su edición del lunes 16 de marzo de 1981, Diario El Mundo informó en su portada sobre el operativo militar lanzado en los cantones Santa Marta y Peña Blanca, de Villa Victoria, Cabañas. También en San Gregorio y Chapelcoro, de Sensuntepeque y Villa Dolores, también de Cabañas.
La nota de Diario El Mundo explicó que la Fuerza Aérea Salvadoreña participaba en los combates. Citando a una fuente militar, la publicación señala que en Santa Marta y Peña Blanca operaban campamentos guerrilleros, quienes durante seis meses habían recibido armas transportadas en helicópteros nicaragüenses. La fuente del Ejército indicó que en ese momento no tenían cifras de “bajas enemigas” porque era más urgente “el desalojo y limpieza de los extremistas”.
El 17 de marzo de 1981, Diario El Mundo publicó otra nota sobre el operativo militar en Cabañas. En ella explicó que los combates en Villa Victoria continuaban y a ellos se habían sumado unidades de artillería de montaña y la Fuerza Aérea Salvadoreña. El comando militar de Sensuntepeque, dijo El Mundo, informó que las últimas 24 horas “los extremistas se están desplazando hacia los cerros y montañas al norte de Sensuntepeque, buscando hacia el sector fronterizo con Honduras”.
El 17 de marzo, dos días después de iniciado el operativo militar, la guerrilla no resistía más el avance de las tropas del Ejército y tuvo que organizar a la población para huir hacia Honduras a través del río Lempa, el único lugar donde podían encontrar refugio.
Una caravana de desplazados, similar a las que hoy en día se abren camino hacia Estados Unidos, se enfiló hacia el río que marca la frontera entre El Salvador y Honduras. Para los de Santa Marta y demás comunidades, también era la frontera entre la vida y la muerte.
Durante toda la noche y madrugada caminaron 12 kilómetros sobre montes, atravesando quebradas, con niños pequeños en brazos, ancianos y lisiados a cuestas. Todos tratando de ser sigilosos para no ser localizados por el Ejército.
Santa Marta no niega su vínculo con la guerrilla, pero las víctimas son claras: las 7,000 personas que se agolparon en las orillas del río Lempa, al amanecer del 18 de marzo de 1981, eran, en su inmensa mayoría, civiles.
Hombres, mujeres, niños, ancianos y jóvenes formaban una sola masa. Impacientes, rogaban a quienes sabían nadar que les ayudaran a cruzar. No todos enfrentaron esa frontera de agua de la misma manera. Algunos improvisaron salvavidas con neumáticos, a los niños los envolvieron en sus camisas para cargarlos, hicieron flotadores con bolsas rellenas de ropa, tecomates, varas de bambú. Alguien colgó un lazo, sostenido de piedras de un lado y otro del Lempa. Cualquier cosa que flotara servía en ese río agitado.
Entonces, escucharon el helicóptero. La Fuerza Aérea llegó en apoyo a las tropas terrestres que peleaban por ganarle terreno a la guerrilla y descargó sobre las aguas una lluvia de balas y bombas. El helicóptero hizo al menos cuatro ataques a lo largo de ese día, yendo y viniendo, dejando muertos y heridos a su paso.
El recuento de víctimas que se encuentra en el Informe de la Comisión de la Verdad es de 200, entre muertos y desaparecidos. No obstante, según testimonios presentados por los residentes de Santa Marta ante el Tribunal Restaurativo de la UCA, en 2014, alrededor de 100 personas fallecieron en esa masacre y 400 desaparecieron, sobre todo ahogados.
1981. Campo de refugiados salvadoreños en La Virtud, Honduras.
Giovanni Palazzo | Archivo El Faro
1981. Los refugiados no tuvieron opción y debieron aprovechar los escasos recursos del campamento en La Virtud, Honduras, para sobrellevar años de desplazamiento forzoso
Giovanni Palazzo | Archivo El Faro
1981. Niño fallecido en el campo de refugiados salvadoreños en La Virtud, Honduras. Dado que las personas escapaban dejando todas sus pertenencias atrás, la falta de tierra para cultivar y la falta de trabajo hacía difícil obtener alimentación suficiente y muchos niños permanecían desnutridos.
Giovanni Palazzo | Archivo El Faro
Alexander Dressler (Lahnstein, Alemania, 1948), era corresponsal para asuntos de América Latina en el periódico estadounidense San Diego Union Tribune. Estaba en Honduras realizando una entrevista al padre Fausto Milla cuando recibió noticias de la masacre. Eran las 8:30 de la noche del 18 de marzo de 1981. Alex y Milla manejaron toda la noche y llegaron a Los Hernández a la mañana siguiente.
Con su cámara registró la devastación que quedó luego de la masacre y el material que obtuvo en el lugar se difundió en medios estadounidenses. El jueves 26 de marzo de 1981, La Prensa Gráfica publicó una nota donde la Fuerza Armada salvadoreña negó los hechos reportados por Dressler.
Documentos emitidos en aquel entonces por las embajadas de EE.UU. en El Salvador y Honduras, desclasificados en 2014, demuestran que los funcionarios estadounidenses estaban enterados de lo ocurrido en el Lempa. Consideraron que el operativo "para eliminar bastiones de la guerrilla" había sido "un éxito".
Los cables dejan entrever que los diplomáticos estadounidenses no lo consideraban una masacre de civiles. En una de estas comunicaciones citan a un miembro estadounidense del equipo de observación de la Organización de Estados Americanos (OEA), quien aseguró que "no se hicieron comentarios sobre una «masacre» dramática" en el Lempa, cuando visitó a los refugiados en Honduras.
Alex Dressler
Experiodista
“La masacre del río Lempa me cambió mi vida y mi profesión”, dice ahora Dressler. Esa fue la última cobertura que realizó y se retiró del periodismo. Cansado de ser un mero testigo de las tragedias humanas, se dedicó al activismo. Ahora trabaja en una organización internacional que promueve la protección de la niñez.
Para noviembre de 1981, en los cantones vecinos de Santa Marta y Peña Blanca habían unas 1,500 personas intentando hacer vida entre los escombros que dejó la última invasión militar. Entre ellas había mujeres y hombres jóvenes, quienes junto a sus familias regresaron del refugio en Honduras tras ser reclutados por la guerrilla. También habían retornado civiles huyendo de las precarias condiciones en las que vivían durante el exilio al otro lado del Lempa.
La mañana del 11 de noviembre 1981, el Destacamento Militar 2 de Sensuntepeque, dirigido entonces por el coronel Sigifredo Ochoa Pérez - quien llegó a ser diputado de la Asamblea Legislativa por el partido ARENA -, inició una nueva “operación de limpieza”. Los detalles de esta incursión están registrados en una nota del 20 de noviembre de 1981 de La Prensa Gráfica. En ella, Ochoa Pérez da declaraciones sobre el saldo de bajas de “extremistas” del operativo. En total murieron 250, dijo. El coronel no mencionó una palabra sobre la masacre que ocurrió a partir del operativo. Pero los sobrevivientes no la olvidan.
Cada 10 de octubre se conmemora la primera repoblación con salvadoreños que venían del refugio de Mesa Grande, en Honduras. Es el fin del exilio al que se vio obligado el pueblo de Santa Marta, desde aquel 17 de marzo que huyeron hacia el río Lempa solo con la ropa que tenían puesta.
El primer grupo de pobladores retornó al cantón el 10 de octubre de 1987. Encontraron sus hogares borrados hasta los cimientos por la guerra, el tiempo y la naturaleza. En ese año, las corrientes de la guerra empujaban con fuerza aún.
Poco tiempo después de la masacre de marzo de 1981 en el río Lempa, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) estableció un refugio en Mesa Grande, en Ocotepeque, Honduras. Muchos de los salvadoreños que no regresaron a Santa Marta y estaban en La Virtud, se trasladaron a Mesa Grande. Giovanni Palazzo | Museo de la Palabra y la Imagen
Una nota del diario español El País publicada el 7 de marzo de 1981 indica que para esa fecha habían 25,000 salvadoreños refugiados en Honduras, quienes llegaron a ese país huyendo de la guerra. Mesa Grande, que contaba con siete campamentos, llegó a albergar 11,500 salvadoreños, según un reportaje publicado en 2016 por el periódico Abriendo Brecha, de la comunidad de Santa Marta, Cabañas. Giovanni Palazzo | Museo de la Palabra y la Imagen
La nota de El País publicada en 1981 consigna denuncias de los comités de solidaridad con los salvadoreños, quienes señalaron al Gobierno hondureño - de corte militar en ese momento - de discriminar refugiados. Los nicaragüenses que huyeron de la revolución sandinista, afirma la nota, tenían permisos de trabajo, pero a los salvadoreños se les encerraba en campamentos, no se les permitía movilizarse ni aceptar trabajos remunerados. Giovanni Palazzo | Museo de la Palabra y la Imagen
Los acuerdos Esquipulas 2, firmados en 1987 por los jefes de Estado de Centroamérica, propiciaron el regreso de pobladores a San José Las Flores y Arcatao. Este contexto y las precarias condiciones en Mesa Grande abrieron las puertas para negociar con el Acnur el regreso ordenado de refugiados salvadoreños, explica el reportaje de Abriendo Brecha. Giovanni Palazzo | Museo de la Palabra y la Imagen
En octubre de 1987 regresa al país el primer grupo de 2,500 salvadoreños que se habían refugiado en Honduras, quienes repoblaron Santa Marta y otras comunidades. Una segunda repatriación se realiza en agosto de 1988. Este 2019, Santa Marta conmemoró el trigésimo segundo aniversario del retorno de ese primer grupo de pobladores. En la celebración de este año participó el secretario general del FMLN, Óscar Ortiz (a la derecha del escenario), y aceptó el rol activo que jugó la guerrilla en las repoblaciones de esta comunidad. Carlos Barrera | El Faro
Las calles de Santa Marta se llenan de música, puestos de venta y de comida para celebrar la repoblación, un evento que también los lleva a recordar los éxodos y represión que sufrieron durante los primeros años de la guerra. Carlos Barrera | El Faro
Los sobrevivientes de las masacres han sido muy activos en proteger su memoria histórica. A través de murales como el de esta imagen, ubicado en la plaza central de Santa Marta, han dejado a las nuevas generaciones un recordatorio de lo que ocurrió con estas comunidades en 1981, cuando el Ejército se ensañó con la población civil de la zona. Carlos Barrera | El Faro
Como sucedió con el retorno de algunos pobladores desde La Virtud, antes de la masacre de Santa Cruz, el regreso en 1987 también fue una decisión política. “Sí, esto es parte de la estrategia de repoblamiento porque la guerrilla se había quedado sin base social”, dice ahora Eduardo Sancho, el excomandante “Fermán Cienfuegos”, de la Resistencia Nacional, una de las organizaciones que conformaron el FMLN.
El 10 de octubre de 2019, en el contexto de las conmemoraciones, Óscar Ortiz, ex vicepresidente de la República y ahora secretario general del FMLN, admitió que “el FMLN fue responsable y corresponsable de las repoblaciones cuando se acercaban al acuerdo de paz”, dijo en su discurso.