El poder que crucifica, el amor que acompaña
Por Mario Vega, pastor general de la Misión Cristiana Elim
José Ángel Pérez inició su servicio a los pobladores de la Cooperativa El Bosque, en La Libertad, El Salvador, hace 25 años. Su humilde vivienda se encuentra fuera de los linderos de la tierra asignada a los cooperativistas durante la reforma agraria, por lo que no era socio de la Cooperativa. Aun así, dedicó su vida a servir a la comunidad, con especial atención a la niñez y la juventud. Con el tiempo, ganó el respeto de los cooperativistas y asumió diversas responsabilidades comunitarias. Su honorabilidad fue reconocida no solo por la iglesia que pastoreaba, sino también por el resto de los pobladores.
Tras una sucesión de presidentes que no siempre estuvieron a la altura de la confianza depositada en ellos, la comunidad fue víctima de personas que se aprovecharon de su sencillez. Una cadena de abusos colocó a la Cooperativa El Bosque ante la amenaza de un desalojo que afectaría a 297 familias, propietarias legales de las tierras que trabajan y habitan desde la Reforma Agraria de 1980. No hubo usurpación alguna: se trata de la posesión legítima de lo que la ley les otorgó y que conservan hasta hoy.
Agobiados por los malos manejos, los cooperativistas decidieron por amplia mayoría elegir a José Ángel como presidente. Para ello, primero debió incorporarse como socio. Deseoso de servir de manera integral, aceptó la nominación y se dispuso a asumir las nuevas responsabilidades. En ese rol de servicio cristiano tuvo que enfrentar una demanda de desalojo inmediato que pretendía despojar a las familias de sus tierras. ¿Qué hace un pastor cuando descubre que quieren arrebatarles todo a los miembros de su iglesia y a las demás familias de su comunidad? Para un pastor con olor a oveja, como José Ángel, no había otra opción que acompañar a su pueblo en su aflicción. No era un asalariado que huye ni mira hacia otro lado cuando intentan sacrificar a las ovejas.
José Ángel encabezó las gestiones que el amor cristiano y su cargo le exigían. Acompañó a las familias en la interposición de recursos legales, acudió a los medios de comunicación y, como recurso extremo, solicitó la ayuda del gobierno central. Para ello organizaron un plantón al borde de la carretera, en un área verde aledaña a un centro comercial, a medio kilómetro de cualquier residencia y sin obstaculizar la libre movilidad. Fue una protesta pacífica y sin desorden que se extendió durante todo el día.
El desorden llegó al caer la tarde, cuando un pelotón de policías y militares se aproximó preguntando por los líderes comunitarios. Las familias respondieron al unísono: «Todos somos líderes». En medio del desconcierto, un oficial identificó al pastor José Ángel como líder. De inmediato, los agentes se abalanzaron sobre él. Las familias intentaron rodearlo para impedir su detención, pero la fuerza de los agentes se impuso. Sin orden judicial, el pastor fue arrestado y las familias fueron dispersadas por la fuerza. Hubo gritos de confusión, llanto de niños, mujeres afligidas y una desmedida exhibición de poder estatal. Al día siguiente, en otro punto de la ciudad, fue detenido Alejandro Henríquez, abogado y asesor jurídico de la Cooperativa.
En la audiencia preliminar, las defensas de José Ángel y Alejandro presentaron múltiples pruebas de arraigo y demostraron, con solvencia, el ejercicio de derechos constitucionales durante la manifestación. A pesar de que la Fiscalía no pudo demostrar delitos, la jueza —en un desenlace que pareció ensayado— leyó en dos minutos la resolución de prisión preventiva y abrió la etapa de instrucción por tres meses.
Transcurrido ese plazo, la Fiscalía no aportó nueva evidencia. Aun así, el juzgado le concedió otros tres meses. De este modo, el pastor José Ángel deberá cumplir seis meses de detención provisional mientras el caso se reinstala a inicios del próximo año. En octubre, la defensa solicitó revisión de medidas; también fue denegada. Todo sugiere una intención de mantenerlo encarcelado.
Cuando se arresta a un pastor que acompaña a los pobres porque comprende sus necesidades, y a un abogado que defiende una causa humana, los cristianos debemos preguntarnos: ¿es esta la sociedad en la que queremos vivir? ¿Permitiremos que el odio y el fanatismo nos dividan como hermanos? ¿Normalizaremos hablar mal de personas a quienes no conocemos ni hemos escuchado?
La prisión se ha convertido en un recurso utilitario para reprimir el disenso e infundir temor. El caso de José Ángel encarna a un hombre de bien detenido sin garantías y de manera injusta. Si se arresta, sin miramientos, a un pastor cercano a su comunidad, cualquiera podría correr la misma suerte. Así, su figura se convierte en un mensaje aleccionador para toda la sociedad.
Como los crucificados por el Imperio romano, exhibidos para aterrorizar, José Ángel es expuesto hoy como advertencia a quienes desean servir a la justicia. Su encierro lo convierte en un nuevo crucificado que busca desalentar a quienes se involucran en la vida, las dificultades y la aflicción de los pobres.
La inhumanidad susurra: «mantente distante», pero el amor cristiano nos convoca a la cercanía, a hacernos uno con quienes hoy cargan sus cruces. La elección es clara: o nos ponemos del lado de quienes crucifican, o del lado de quienes son crucificados. ¿Hasta cuándo durará el suplicio de José Ángel y Alejandro? Hasta que sea patente la insensibilidad y la dureza de quienes están decididos a ser crueles. La gran pregunta es si esa inhumanidad logrará extinguir los anhelos de servicio y acompañamiento cristiano. ¿Serán ahogadas las voces que claman por derecho y justicia?
El caso del pastor José Ángel Pérez nos reta a revisar nuestra fe y nuestra comprensión del evangelio. No hay duda de que Dios está del lado de los afligidos y de sus pastores con penetrante olor a oveja. Frente a ello, ¿de verdad nos sentimos mejores cristianos cuando condenamos a inocentes y validamos la tiranía? Que cada día de la detención de José Ángel nos incomode lo suficiente como para animarnos a ser más sensibles, más solidarios y mejores seguidores de Jesús, quien también fue crucificado.