La guerra con Honduras: la victoria militar y el fracaso político de El Salvador
Cinco décadas han pasado desde la llamada guerra de las 100 horas, que enfrentó a El Salvador con Honduras en 1969. Los salvadoreños han perdido la memoria de ese conflicto, afirma el historiador militar Herard von Santos, mientras los hondureños lo recuerdan “como si hubiera pasado ayer” y esta diferencia ha marcado la relación de ambos países desde entonces.
Este 14 de julio se cumplieron 50 años de este enfrentamiento armado, que culminó después de 120 horas, tras la intervención de la Organización de Estados Americanos (OEA). El Ejército salvadoreño obtuvo una victoria militar sobre los hondureños, aunque fue “pírrica”, confirma una investigación reciente de von Santos.
Luego de 18 años de investigación, que implicó viajes a Honduras, entrevistas con militares de ese país y consultas a documentos oficiales, von Santos publicó el libro “Bombas sobre Toncontín”, donde a lo largo de 689 páginas descubre la verdad detrás de esta guerra.
Von Santos señaló en FOCOS que el periodista polaco Ryszard Kapuscinski “le dio el triste nombre de la guerra del fútbol”, pero el origen real del conflicto no fue la clasificación de El Salvador al mundial de 1970. “La causa que fue determinante para que el Gobierno del general (Fidel) Sánchez Hernández (1967-1972) decidiera ir a la guerra con Honduras fue la persecución y expulsión violenta de la minoría salvadoreña radicada en Honduras”, afirmó.
Con la guerra, el presidente Sánchez Hernández buscaba dos objetivos: parar la expulsión violenta de salvadoreños y que Honduras los indemnizara por las expropiaciones que habían sufrido. Para esa época, los salvadoreños representaban el 12 % de la población hondureña y era la minoría extranjera más grande de ese país, con cerca de 300,000 personas. La guerra inició el 14 de julio a las 6:10 de la tarde y hasta un día antes, Honduras ya había expulsado de su territorio a unos 17,000 salvadoreños.
Von Santos explicó que los salvadoreños fueron despojados de sus tierras, su dinero y sus negocios. También los separaron de sus familias. A los hombres los concentraron en estadios de fútbol o en lugares como la fortaleza de Omoa. Sus esposas, la mayoría hondureñas, así como sus hijos nacidos en Honduras – y por lo tanto, hondureños – fueron obligados a dejar el país, cruzando “cerros, ríos, quebradas, montañas, con lo que pudieran llevarse a cuestas”, indicó.
Si bien El Salvador ganó en el campo de batalla, no lo hizo en la arena política. “Las guerras se miden por el objetivo que usted se propone desde el inicio. Yo he catalogado esta acción militar salvadoreña como una victoria pírrica. Fue una victoria porque derrotamos a las fuerzas armadas hondureñas en el campo de batalla, pero no logramos los dos objetivos por los que fuimos a la guerra”, indicó.
El 20 de julio de 1969 se firmó en la OEA el alto al fuego entre las dos naciones. El politólogo español Manuel Alcántara Saez recoge en su artículo “Diez años del conflicto armado entre El Salvador y Honduras” , publicado en 1980, que durante la negociación ambas naciones tenían posiciones enfrentadas sobre dos puntos. El Salvador pedía la garantía de seguridad para sus ciudadanos radicados en Honduras, mientras el vecino país solicitaba que se retiraran las tropas salvadoreñas.
El 30 de julio, los ministros de Asuntos Exteriores de la OEA aprobaron tres resoluciones definitivas para ponerle punto final a la guerra, continúa Alcántara. La primera apoyaba el retiro inmediato de las tropas salvadoreñas de los territorios hondureños que ocupaban y la restitución de estas áreas a Honduras se haría a través de una comisión de la OEA.
La segunda resolución establecía un acuerdo formal donde ambas naciones garantizaban la vida y los bienes de los ciudadanos salvadoreños radicados en Honduras y viceversa. Este acuerdo sería vigilado por la OEA. En la tercera resolución se acordaba mantener a la OEA constituida en una reunión consultiva, a nivel de embajadores, hasta que las dos resoluciones anteriores se cumplieran..
La OEA estaba convencida que El Salvador actuó como agresor y esta percepción, aunada a las amenazas de sanciones económicas, llevaron a que el país retirara sus tropas el 31 de julio de 1969, señala Alcántara.
No obstante, el éxodo de salvadoreños continuó aun después de la guerra, aseguró von Santos en FOCOS, llegando a 97,000. Ninguno recibió compensación alguna, añadió. Además, destacó que El Salvador no atacó a los hondureños residentes en el país. “Nosotros nunca perseguimos a la minoría hondureña radicada en El Salvador como represalia”, señaló.
EL PLAN DEL EJÉRCITO SALVADOREÑO
La investigación de von Santos saca a la luz, por primera vez, el detalle de las operaciones militares que desarrolló El Salvador en aquella época, a pesar que la mayoría de la documentación oficial se perdió. Una parte cayó en desuso y otra se destruyó en la inundación que el huracán Mitch provocó en el Estado Mayor, en 1997, indicó el historiador.
El Salvador planificó un asalto a las fuerzas aéreas de Honduras, que en aquel entonces estaban mejor equipadas que las salvadoreñas. La idea, señaló von Santos, era destruirlas y, de ser posible, en tierra. Así se ejecutó ataque aéreo a la base militar de Toncontín y otras ciudades como Nacaome. También los cuarteles regionales del Cuerpo Especial de Seguridad (CES) y las pistas aéreas se eligieron como blancos. “Teníamos que incomunicar a las fuerzas armadas hondureñas ubicadas cerca de la frontera para evitar que fueran reforzadas”, dijo.
Para llevar a cabo estos ataques, el país llamó a la reserva de las fuerzas aéreas: los pilotos civiles del Aeroclub, quienes además eran miembros de las familias más acomodadas del país. Volaban aviones desarmados, de uso civil, y por ello se les entrenó en el lanzamiento de granadas de 60 milímetros, un procedimiento como el de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), donde un paracaidista se encargaba de lanzar los artefactos desde el avión.
Si bien el ataque en Toncontín no fue del todo exitoso, pues no todas las bombas se activaron, tuvo un efecto psicológico y generó pánico en Tegucigalpa, la capital hondureña. “El presidente hondureño (Oswaldo López Arellano) decidió abandonar la casa de Gobierno e irse a encerrar en una bóveda de un banco privado porque temían que Tegucigalpa fuera arrasada por las bombas guanacas”, aseguró von Santos.
Si la superioridad de los hondureños estaba en las fuerzas aéreas, la de los salvadoreños estaba en su infantería y la trayectoria de más de 100 años de su ejército, afirmó von Santos. El Salvador utilizó en ese entonces el mejor fusil de asalto de la época, el G3, que tenía la capacidad de disparar en ráfaga. En contraste, la infantería hondureña todavía usaba armas de la Primera Guerra Mundial y tenían menos experiencia y entrenamiento.
“El Ejército hondureño es tardío en su formación. Ellos comenzaron a formar el Ejército profesional allá por 1951. Para 1969 sus oficiales apenas tenían el rango de capitán, todos los demás que aparecen ahí de coroneles y generales eran de dedo, que no tenían la menor formación militar y mucho menos sabían cómo planificar una guerra, cómo enfrentarse a un ejército regular como el salvadoreño, con una tradición de más de 100 años”, afirmó von Santos.
Por eso las bajas del lado hondureño fueron mayores a las salvadoreñas. Se estima que 1,500 soldados regulares hondureños perdieron la vida. A ellos se suman unos 2,000 civiles armados, pues en aquel momento el Gobierno del vecino país pidió a su población que se uniera a la línea de fuego. En El Salvador, se estima que esta guerra dejó un saldo de 1,000 bajas, 200 eran muertos y el resto se dividió entre heridos, desaparecidos y prisioneros.
El cese al fuego entró en vigor a las 10:00 de la noche del 18 de julio, lo que detuvo la operación planificada para la 1:00 de la madrugada del 19, cuando se esperaba lanzar paracaidistas salvadoreños en Jícaro, Galán. “Si esa operación se hubiese ejecutado, hubiésemos conquistado Choluteca, San Lorenzo, Nacaome, todo el sur hondureño y nos colocaba a unos 16 o 18 kilómetros de Tegucigalpa, la capital del país enemigo”, señaló el historiador.
La historia, no obstante, se cuenta distinto en Honduras. “Es la humillación. El Gobierno y sus fuerzas armadas fueron humillados con la derrota frente a los salvadoreños. Había que construir un discurso de la victoria para sus ciudadanos, para su consumo propio. Entonces, los hondureños empezaron a hablar que invadieron El Salvador, que unas tropas de ellos llegaron a San Miguel, otras llegaron a Santa Ana y que hasta que se firmó el cese al fuego, esas tropas se retiraron a su lado fronterizo”, señaló von Santos.