“Bukele no debió seguir con el régimen de excepción. Es un régimen de terror”: Beatriz Magaloni, Universidad de Stanford

“Bukele no debió seguir con el régimen de excepción. Es un régimen de terror”: Beatriz Magaloni, Universidad de Stanford

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“Bukele no debió seguir con el régimen de excepción. Es un régimen de terror”: Beatriz Magaloni, Universidad de Stanford

Resumen de la nota

“Bukele no debió seguir con el régimen de excepción. Es un régimen de terror”: Beatriz Magaloni, Universidad de Stanford

En el contexto de un nuevo ciclo electoral en América Latina, candidatos presidenciales del arco conservador desde Costa Rica hasta Chile han aclamado el denominado “modelo Bukele” como una promesa de campaña para combatir los altos índices de criminalidad en sus países y, con ello, sumar simpatías de un votante cada vez más cansado de la delincuencia y urgido de respuestas inmediatas y radicales.

Si bien los resultados de la gestión de Bukele en seguridad han demostrado “ser exitosos” para el caso de El Salvador, estos descansan sobre un “régimen de terror” basado en torturas y violaciones a los derechos humanos en las cárceles. Una conclusión que ha sido ampliamente documentada por prestigiosas instituciones en derechos humanos, a las que ahora se suman también las voces de la academia internacional.

Beatriz Magaloni es profesora en Ciencia Política de la Universidad de Stanford (California, Estados Unidos) y directora del Laboratorio de Pobreza, Violencia y Gobernanza, desde donde se ha dedicado a estudiar la intersección entre violencia, autoritarismo y derechos humanos en América Latina. Su prestigio en materia de seguridad es indiscutible: en 2023, Magaloni se convirtió en la primera mujer latinoamericana en recibir el Stockholm Prize in Criminology, el galardón más prestigioso del mundo en su campo. El jurado la premió precisamente por demostrar, con datos de México y Brasil, cómo las políticas de ‘mano dura’ que sacrifican derechos humanos suelen ser una trampa populista que, a la larga, no garantiza seguridad real.

En esta entrevista para FOCOS, Magaloni comparte, a partir de su estudio de campo y cientos de horas de entrevistas con víctimas, oficiales y familiares en El Salvador, cómo el régimen de excepción aprobado en 2022 y renovado 45 veces —hasta noviembre de 2025— se ha convertido en un “régimen institucionalizado de terror” que somete a condiciones inhumanas a sus prisioneros, en un contexto que evoca a los campos de concentración Nazi de la Segunda Guerra Mundial. “Lo que observé en estos testimonios es que son campos de tortura… en donde a algunos campesinos, albañiles, pescadores, gente que no tiene que ver con las pandillas, se les mete en estas prisiones”. 

La académica sostiene que el régimen de excepción era “una medida necesaria” en El Salvador para lograr la captura de las pandillas y de sus estructuras criminales que hacían inviable la vida de las y los salvadoreños; sin embargo, la renovación indefinida de estas medidas responde, desde su análisis, a “un esquema de concentración de poder represivo” que permite al presidente Bukele controlar y reprimir toda voz que le sea incómoda a su gestión, limitando garantías constitucionales de derechos y libertades para la población que opina diferente. 

“Es muy poderoso lo que a Bukele le ha dado este régimen de excepción. Ha hecho que nadie pueda oponerse a él. Todos los medios de comunicación, la prensa libre, ha tenido que salir porque han tenido el yugo de Bukele y del régimen de excepción”, advierte en esta entrevista.

Desde la mirada de esta académica, a diferencia de regímenes autoritarios “benevolentes” como el caso comparado de Singapur, Kuwait o Vietnam, las condiciones de pobreza, criminalización y corrupción hacen de El Salvador un modelo insostenible en el tiempo. Sin embargo, considera que revertir este régimen autoritario en el corto plazo es “bastante difícil” no solo por la simpatías que recoge a nivel nacional, sino por el respaldo de aliados internacionales como el del presidente Donald Trump, que ha hecho del esquema represivo de Bukele un modelo para su gestión de persecución migratoria en los Estados Unidos. 

“Si Estados Unidos diera alguna señal de que esta violación sistemática de derechos humanos es algo que les preocupa, pienso que Bukele sería menos descarado en la violación de derechos humanos. Pero lo que aquí es muy importante es que Donald Trump mismo ha instrumentalizado al CECOT (Centro de Confinamiento del Terrorismo) y a las políticas de Bukele para amenazar a los inmigrantes”, concluye.

P: En los últimos meses usted se ha dedicado a hacer investigación académica y a conocer a detalle lo que se conoce como el «modelo Bukele» de seguridad en El Salvador. ¿En qué consistió su trabajo y qué hallazgos encontró durante su investigación?

R: Yo llevo muchos años trabajando en el tema de la violencia, que es un tema que nos afecta mucho en América Latina. Soy mexicana, mi trabajo ha estado enfocado en México, pero también a buscar respuestas sobre las preguntas que nos hacemos en nuestra región que es tan violenta. He trabajado por casi nueve años en Brasil, específicamente en Río de Janeiro, en el tema precisamente de violencia, gobernanza criminal y las respuestas que los Estados dan —muchas veces fallidas, otras veces más acertadas— a este tema que nos aqueja tanto en la región.

Con toda esta experiencia que tengo en el trabajo de campo, muy metida a ras de suelo en todos los casos pero también desde la academia, yo fui a El Salvador porque, desde lejos, no podemos negar que el “modelo Bukele” ofrece un atractivo muy grande para esta región, en donde desafortunadamente no hemos podido controlar la violencia. En donde los ciudadanos, las personas en las calles, cuando van a la escuela, cuando van a sus trabajos, simplemente en sus vidas cotidianas, viven muy afectadas por los grupos criminales que son muy poderosos, que no solamente controlan territorios, sino que también extorsionan y arrebatan la vida de muchas personas.

Mi interés por El Salvador fue ver qué es lo que estaba sucediendo allí; cómo este modelo, que se retrata como muy exitoso —y que sí, tenemos que reconocer sus éxitos—, cómo se ve desde muy adentro. Y eso es lo que me he dedicado a hacer: levantar muchas entrevistas con personas salvadoreñas que han sufrido tanto la violencia de las pandillas como ahora, desafortunadamente, la violencia del régimen de excepción.

P: En septiembre fue publicado un artículo suyo junto con su colega Alberto Díaz-Cayeros en la revista Foreign Affairs hablando precisamente del “modelo Bukele”. En el artículo se concluye que El Salvador no es más una democracia, sino un «Estado de terror institucionalizado, en el que los poderes de emergencia se han convertido en instrumentos permanentes de represión, sosteniendo un sistema que aplasta el debido proceso y la dignidad humana”. 

¿Qué testimonios escuchó durante estas entrevistas en El Salvador que la llevaron a concluir que, bajo el régimen de excepción y el esquema de seguridad propuesto por Bukele, actualmente hay una vulneración al concepto mismo de la dignidad humana? 

R: Es algo que yo francamente no esperaba; no esperaba la dimensión del abuso de poder y del estado de terror que nosotros encontramos. Inclusive estuvimos haciendo entrevistas en donde uno no esperaría que hubiera pandillas: en lugares muy pobres, rurales, donde en realidad la presencia de las pandillas ha sido menor —no es lo mismo que la zona de San Salvador, los lugares más urbanos en donde el régimen de terror de las pandillas era algo a lo que Bukele le vino a dar una solución—.

Y entonces, los testimonios que nos encontramos tras más de cien horas de entrevistas con muchas víctimas que han sido encarceladas siendo inocentes… algunos jovencitos o incluso ya adultos mayores, de 50 o 60 años, que estuvieron en las cárceles —y lo repito mucho yo en mis entrevistas: que no estuvieron en el CECOT, sino en cárceles como Izalco y Mariona— donde se les encarceló por acusaciones de agrupaciones ilícitas. Acusaciones de vecinos que, como sabemos, hay incentivos para denunciar o simplemente porque la policía los arrestó para cumplir cuotas que necesitaban llenar.

Estos son los testimonios que yo escuché. Fueron cientos de horas, tanto con estas personas que salieron de prisión como con las madres que han perdido a sus hijos en las prisiones. Básicamente, sus hijos se encuentran desaparecidos —es otra forma que podríamos nosotros llamarles— porque las madres saben en qué prisión se encuentran, pero no saben si sus hijos siguen vivos. Muchas veces las madres están aterrorizadas de que sus hijos no vayan a regresar con vida. 

Yo he trabajado mucho en temas de tortura, en temas de abuso policial tanto en Brasil como en México; tengo varios trabajos académicos —de hecho mi premio de Estocolmo en Criminología es mucho por este tema del abuso policial en contra de los derechos ciudadanos— y yo nunca esperé encontrarme algo de esta magnitud como lo que encontré en El Salvador. Es algo que nuestra humanidad nos debe de decir: «no se debe de repetir». Ya nos lo dijeron cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, nosotros nos comprometimos que estas cosas como humanidad no las íbamos a tolerar. Y yo lo que observé en estos testimonios es que son campos de tortura, donde a los prisioneros —y aquí me vuelvo a referir al tema de inocencia— son campesinos, albañiles, pescadores, gente que no tiene que ver con las pandillas y que se les mete a estas prisiones. Y desde el momento en que ellos entran, les dan golpes sistemáticos, les niegan el agua, les niegan alimentos. Las condiciones de encarcelamiento son tales que, realmente, yo creo que no se deben de permitir.

P: Con esta respuesta que usted nos da, se imprime un matiz que no siempre está presente al momento de evaluar desde afuera los resultados de la política de seguridad de Bukele, al señalar que hay una reducción de asesinatos y una caída en el índice de criminalidad; pero a su vez hay un deterioro de las condiciones humanas para personas inocentes en las cárceles.

¿Cuál es el balance al final del día de la politica de seguridad de Bukele que, si bien han permitido que El Salvador deje de ser un país con una alta tasa de criminalidad, se sostiene sobre la tortura y las violaciones a los derechos humanos?

R: Esto es lo que vuelve el tema complejo, pero creo que sí tenemos una respuesta para ello. Yo pienso que a Bukele se le debe de aplaudir por haber bajado la violencia; El Salvador sí era uno de los países, y lo fue en muchos años, el más violento del mundo. Y en realidad la sociedad no podía ir para ningún lado con ese nivel de violencia.

Pero lo que yo digo es que Bukele debió haber tenido este régimen de excepción por seis o cinco meses y suspenderlo. Pero en cambio, él lo ha continuado —claro, con un gran éxito y apoyo popular, eso no lo debemos negar— y repito: yo reconozco el logro enorme que se hizo en bajar esta violencia y de poner a las pandillas en prisión, y sí, no permitirles que gobiernen desde las prisiones. Este es un logro enorme. Pero Bukele no debió haber seguido con el régimen de excepción, en el que se ha vuelto —y por eso yo digo— un «régimen institucionalizado de terror». 

Bukele tiene toda la discreción y todo el poder policial detrás de sí para utilizar este régimen para, por un lado, detener a todas estas personas inocentes que no tienen que ver con la política. Ellos son inocentes porque la policía tenía que cumplir con cuotas o porque hay incentivos para que la sociedad civil —muy empobrecida en muchas de estas zonas— reciba incentivos económicos para denunciar a sus vecinos. Y entonces este régimen se ha ido institucionalizando de forma tal que, semana tras semana, se siguen encarcelando a personas que no tienen que ver con pandilleros. Ese es el primer punto.

Y el segundo punto es que, políticamente, es muy poderoso lo que a Bukele le ha dado este régimen de excepción. Ha hecho que nadie pueda oponerse a él. Todos los medios de comunicación, la prensa libre, ha tenido que salir porque han tenido el yugo de Bukele y del régimen de excepción. Los ha llevado a tener que refugiarse en otros países: irse a Guatemala, Costa Rica, a México. Esto es porque Bukele tiene el régimen carcelario de terror que ahora puede utilizar en contra de quien se oponga a él.

Pueden ser activistas ambientales que están en contra de las minas: “bueno, pues vamos a mandarle al régimen de terror y los encarcelamos”. A Ruth López de Cristosal, defendiendo derechos humanos o sacando evidencia de corrupción del gobierno… Pues es muy cómodo, aquí tenemos este estado carcelario de terror que se puede utilizar en contra de cualquier persona hoy en día.

Entonces, como sociedades latinoamericanas, el error es concluir que bajar la violencia necesariamente tiene este costo tan grande de derechos humanos. Esto no es así. Bukele hubiera podido parar a los seis meses y decir: «bajamos la violencia, le dimos al pueblo salvadoreño lo que necesitaba y ahora, vamos a gobernar, pero sin un Estado autoritario que realmente puede generar este tipo de violencia ahora en contra de sus ciudadanos».

P: ¿Podríamos concluir que esta “terapia de shock” con la implementación del régimen de excepción está justificada para un periodo inicial de seis meses mientras se contenía la criminalidad? ¿Es la prolongación lo que ha generado este deterioro institucional democratico en El Salvador? ¿Es esa la premisa de su análisis?

R: Cien por ciento. Yo pienso que hoy yo admiraría mucho a Bukele si él hubiera dicho: “Ok, (regimen de excepcion por) seis meses”. Y reconocer que cometieron errores dentro de esos primeros seis meses, él mismo ha dicho, se liberaron 8,000 personas que él reconoció que eran inocentes; pero ahorita los datos que yo tengo indican que, por lo menos, al menos 20,000 personas inocentes están en estas prisiones. Y eso ya no es justificable.

Para una sociedad que tiene este problema tan gigantesco de violencia, él generó una respuesta efectiva, pero él debió haber parado, yo no sé si eran seis o cinco meses, pero en ese momento él tuvo que haber dicho: “también vamos a reconocer cuáles fueron nuestros errores”. Lo que tendría que hacer hoy en día Bukele es suspender ese régimen de excepción y liberar a todos los inocentes, permitir que se ejerza la libertad de expresión, que pueda haber oposición política, pero en El Salvador ya no hay espacio para ello. 

De hecho las medidas de V-Dem (Variedades de la Democracia, Universidad de Gotemburgo, Suecia) que es una medida de democracia comparada en todo el mundo, ponen a El Salvador hoy en día al mismo nivel de autoritarismo de Venezuela con Maduro y que Cuba.

Yo no estoy inventando estos datos, estos son los datos objetivos que tenemos de la medición. Entonces el éxito de reducir la violencia fue muy poderoso en la imagen institucional que él tiene bajo su control y no lo quiere soltar. Y eso creo yo que es un grave problema.

P: En 2020, durante el primer año de gobierno de Bukele las medidas extraordinarias en materia de contención por el COVID-19 llevaron a la ciudadanía a ceder algunos derechos a cambio de estar seguras y protegidas de la pandemia. Y parece que esto se replicó de manera íntegra con el régimen de excepción y la seguridad. ¿La evidencia nos permitiría decir que Bukele encontró en el terror su principal mecanismo para gobernar el país? ¿Podemos llegar a esas conclusiones o qué más nos dice esa manera de ejercer el poder por parte de él y el tema de restricción de libertades a cambio de seguridad?

R: La pregunta que haces es muy importante para El Salvador y para América Latina en general. En América Latina la gente está muy asustada y cansada de la violencia. Yo soy mexicana y ahora estamos pasando por una crisis continuamente con el asesinato reciente del alcalde de Uruapán, donde realmente esto sucede cotidianamente. Yo trabajo en Michoacán desde hace mucho tiempo, en Guerrero he estado trabajando, en lugares de mucha violencia y la gente está desesperada para que sus líderes les den respuestas a esta pregunta de si la vida o la muerte, si puedo caminar a la escuela o si no puedo ir a trabajar porque debo pagar extorsión, si están matando a los alcaldes. La gente quiere respuesta a esto y yo pienso que cuando un líder puede dar esa respuesta, claro que gana mucho apoyo popular. 

Entonces, estos sacrificios entre libertad y seguridad la gente los hace. Muchos dicen: “qué me importa si no hay una prensa libre, si me dan seguridad; qué me importa si no hay un Congreso que ejerce contrapesos si me dan seguridad”. Y poco a poco —en el caso de El Salvador, bastante rápido— se llegó a un sistema totalmente cerrado donde además ya hay una reelección indefinida aprobada. Eso abre las puertas a que no haya forma de deshacerse de un líder que ya es un autócrata. Entonces el problema es que no le debemos negar el logro (a Bukele), pero si estamos pensando en cómo podemos replicar este modelo tenemos que tener mucho cuidado de decir: “nunca hay que sacrificar los contrapesos institucionales que permiten que la democracia a largo plazo se sostenga”. Pero eso no quiere decir que hay que ser blandos con los criminales. En sociedades tan violentas el Estado tiene la obligación de proveer seguridad.

P: En este artículo que hemos citado, usted analiza cómo se generaron una serie de incentivos para las denuncias de vecinos contra otros vecinos para poder llenar cuotas de capturas en el marco de esta estrategia de seguridad. ¿Cómo esto configura relaciones de desconfianza y cómo esto a largo plazo puede ser perjudicial al momento de pensar el tejido social salvadoreño comunitario? ¿Qué tipo de impacto o afectaciones tiene en el largo plazo el hecho de poder generar incentivos para que denuncies a tu vecino con tal de obtener un beneficio? 

R: Yo estuve muy shockeada de encontrar esto, porque estuve haciendo entrevistas en muchos lugares pequeños, rurales, donde toda la gente se conoce, donde toda la gente sabe quién es quién. Y de hecho, madres cuyos hijos están en prisión hace tres años o más —algunas de ellas atemorizadas de que no van a volver a ver a sus hijos con vida jamás— ellas saben quiénes fueron los que denunciaron. Y saben que los hijos no tenían nada que ver con el crimen. Y además no solo es que la madre nos los diga, sino también la comunidad. Nosotros hablamos con mucha gente y ellas nos dieron fe de que algunos de los hijos de estas madres eran inocentes.

Y ellos saben quiénes los denunciaron. Y saben por qué. Porque en algunos casos —yo no puedo decir que esto es generalizado, pero yo sí oí en estas zonas— que se ofrecía 300 dólares para denunciar a alguien. Y pues lo que sucede es que la comunidad está cien por ciento dividida. Y yo me pregunto cómo la comunidad no puede —o no ha tomado— acción en contra de los que falsamente reportaron que estos eran pandilleros. Y lo que me comentan es que estas personas, que son informantes, denunciantes o colaboradores del régimen, que están ya en muchos lados, están muy protegidos por la policía. Entonces es muy difícil que la comunidad tome medidas porque va a haber represalias.

Lo que logré percibir es mucho miedo. Mucho miedo de las personas. En nuestras entrevistas vamos a tener que alterar las voces, porque la gente tiene mucho miedo. Inclusive aquellos que fueron liberados, porque ellos no están en realidad ya exonerados. Ellos tienen que ir a firmar cada semana. Y pues estamos hablando otra vez de zonas muy pobres donde tienen que desplazarse a veces por horas en camión (bus), pagar mucho dinero para ir a firmar frente a no sé qué juzgados o penales para decir «aquí estoy». No están liberados. Entonces la gente tiene mucho miedo de recapturas. Y pues sí, yo veo un tejido social muy, muy destruido en El Salvador.

Cosa que sí da mucha pena, porque ha sido un país que ha sido muy abatido por la violencia durante muchos años, por la guerra civil y después por la violencia de las pandillas. El Salvador ha tenido una democracia de baja calidad, en el sentido de que había mucha violencia y mucho dolor en las calles.

P: A propósito de la democracia, llama la atención este doble comportamiento en cuanto al análisis académico (usted ya ha citado el V-Dem o incluso el análisis que hace The Economist sobre los regímenes políticos) y cómo el deterioro democratico en El Salvador ha ido cediendo hacia algo más autoritario, incluso dictatorial; pero en paralelo, cuando se le pregunta a la población si vive en una democracia o si prefiere la democracia por sobre otros regímenes, en el caso salvadoreño la puntuación de satisfacción es muy alta en el Latinobarómetro. Entonces parece que los salvadoreños consideran que lo que tienen actualmente es una democracia, pero para el análisis académico no.

¿Usted considera que Bukele logró redefinir o llenar de concepto algo tan etéreo como la democracia para el pueblo salvadoreño al haber atendido el tema de la seguridad? ¿Cómo podríamos tratar de entender esta idea, estas dos velocidades que caminan a la par pero a la vez son disímiles?

R: De hecho es la misma paradoja que encontramos en Venezuela cuando Chávez fue elegido. Los venezolanos estaban cansados de esta democracia que no ofrecía resultados, sobre todo para los pobres que habían sido totalmente ignorados por este pacto entre Acción Democrática y el Partido Socialcristiano Copei. Y por eso, cuando se elige a Chávez con un gran apoyo popular, el contexto de las misiones bolivarianas y los precios del petróleo muy altos lo que permite financiar todos estos programas redistributivos, la gente estaba muy contenta.

Y tenemos que decir: sí, había fallado la democracia venezolana. Había dejado a muchos fuera. Y lo que la gente no se va dando cuenta es que —como decimos los académicos— estas formas de deterioro democrático son graduales, de a pasitos. Es como cuando una rana está en agua tibia y le vamos poniendo agua caliente, hasta que la rana muere sin darse cuenta. Y creo que es un poco el problema de estos procesos.

Observamos en general que los procesos inician con líderes muy populares porque vienen a ofrecer una respuesta a democracias que han dejado de responder a lo que las personas quieren. Por lo que entiendo, en El Salvador lo mismo había sucedido después de los Acuerdos de Paz. Lo mismo sucedió con el FMLN y ARENA, que al final resultó ser una élite muy estancada, que no ofreció respuestas, no ofreció paz en las calles, y fue corrupta. Hay este deterioro en el cual la democracia dejó de ofrecer.

Y claro, Bukele llega a ofrecer nuevas ideas y una nueva forma de hacer política. Yo comprendo que esto es popular y es atractivo. Y ahora la gente todavía en El Salvador puede seguir sintiéndose muy satisfecha. Observamos en las encuestas más del 80% de apoyo a Bukele. Pero también observamos que seis de cada diez salvadoreños dicen que tienen miedo de expresar alguna oposición. Y de ellos, la mitad, tiene miedo que los manden a prisión. Entonces ya estamos observando que es mucha gente. El problema es que las democracias nos están fallando y hay que reinventarlas. 

Lo mismo podríamos decir entre Chávez y Maduro. Con Chávez, todavía los venezolanos sentían que tenían otro tipo de líder. Pero con Maduro, ya con la caída del precio del petróleo, la crisis humanitaria, la crisis económica, una migración masiva… Sabemos que él perdió las elecciones (2024); casi 65% de los venezolanos votaron en contra de Maduro y, sin embargo, Maduro se mantiene en el poder.

Yo creo que Bukele todavía tiene el apoyo popular porque es muy fresco, acaba de resolver este problema, la gente tiene la memoria de la inseguridad. Pero yo sí encuentro que El Salvador es un pueblo muy empobrecido, que no está habiendo crecimiento económico. La gente está muy dolida por la falta de servicios de salud. Y yo vi la economía que depende mucho de la diáspora, que manda muchas remesas. Entonces pues vamos a ver cuánto tiempo la gente se mantiene contenta con Bukele, porque él sí vino a resolver este problema. Claro, si uno les pregunta a las víctimas de hoy del régimen de excepción dicen: «bueno, pues antes éramos víctimas de las pandillas y ahora somos víctimas del régimen».

P: El diálogo, el debate político, los consensos son claves en una democracia, eso lo sabemos. Pero de repente llega Bukele, logra mayorías en el Congreso, sus primeras acciones son destituir a magistrados de Corte Constitucional, fiscal general, alinear el sistema judicial, alinear el Congreso, alinear las instituciones de segundo grado… Y de repente parece ser que al alinear todo alrededor de sus decisiones, al ser tan verticalista, las cosas comienzan a funcionar.

Entonces queda esa idea de: «¿para qué debatir tanto en la política si lo que necesitábamos era precisamente esto: un líder que alineará todo y que tomara decisiones rápidas y ágiles?». 

¿Qué le dice usted a esa reflexión también respecto al tema procedimental de la democracia? Es decir, ¿podría llegarse a una conclusión que en determinados contextos el procedimiento democrático es insuficiente para resolver algunas crisis?

R: Esta es una pregunta que todas y todos los que estamos estudiando y preocupados por la erosión democrática nos debemos de hacer. Identificar en dónde la democracia está fallando y cómo tenemos que reinventarla. Yo creo que no tenemos respuestas muy claras. Lo que sí sabemos —y aquí cito a (Wiston) Churchill— es que es la mejor forma de gobierno, porque la otra no funciona.

La autocracia genera una varianza muy grande en el desempeño. O sea, podemos tener algunos líderes autócratas que logran mantenerse en el poder con mucha popularidad porque ellos ofrecen crecimiento económico, restringen la corrupción. Pero no podemos citar tantos en la historia. Y lo que más podemos citar, desafortunadamente, es autócratas que extraen recursos del pueblo, corruptos, y que al final no se pueden quitar del poder, porque la democracia lo que nos ofrece al menos es eso: es la posibilidad de quitar a alguien que sea un mal líder del poder.

Entonces, yo creo que este es el dilema. Es un dilema de corto y largo plazo. O sea, a corto plazo, lo que nos vino a decir Bukele es: el régimen democrático de El Salvador estaba bastante empobrecido y él vino a dar una respuesta de corto plazo que tiene a la gente contenta. Desafortunadamente esa respuesta de corto plazo implicó que destrozó los amarres institucionales que a largo plazo nos permitirían controlar el abuso de poder.

Y entonces, este es un problema muy serio. Porque toda la prensa tuvo que salir de El Salvador. Ya no hay espacio ahí como para criticarlo de nada. Entonces, si él quiere robarse toda la economía, si él quiere volver a meter mineras y hacer contaminación por todos lados, si el ingreso se concentra cada vez más en un grupo de empresarios y políticos corruptos junto a él… Pues ¿cómo se le va a limitar?

Entonces yo creo que ese es el dilema que tenemos. Y ojalá que los votantes, los ciudadanos, lo entendieran mejor, como para decir: «pues vamos a tener cuidado de no delegar tanto poder en un líder». Yo estaba viendo las encuestas y, por ejemplo, en México la institución que tiene mayor apoyo es el Ejército. O sea, se le percibe como quien va a generar orden: «por favor, que venga el Ejército», dice la gente, cuando sabemos que los militares han violado derechos humanos sistemáticamente, pero que también están involucrados con el crimen organizado.

Entonces, es esta paradoja de la democracia y la inseguridad lo que genera esta tentación de sacrificar las libertades.

P: Sobre la sostenibilidad de esto denominado como el «modelo Bukele», en este artículo que hemos citado, usted y su colega señalan que muy difícilmente en el largo plazo se combine para el caso de El Salvador esto que ha ocurrido en otras dictaduras “benevolentes”, donde se relaciona la eficiencia de la gestión, mejoras en la calidad de vida de la población y legitimidad para el autoritario en turno (como en Singapur, Vietnam o Kuwait). 

¿Qué hace de El Salvador un modelo diferente y frágil respecto a esos otros casos?

R: Uno, y lo quiero decir de frente y directamente: no es posible que haya tantos inocentes en prisión. Y que se siga metiendo a gente inocente en prisión. Un Estado que está basado sobre la coerción me parece que no es sostenible a largo plazo. No es un líder benevolente, no es un dictador benevolente. Eso es lo primero, porque no estamos hablando de represión selectiva, sino que ya estamos hablando de una represión bastante generalizada que yo quiero enfatizar: a quien más ha afectado es a los más pobres en El Salvador.

Lo segundo es el desempeño económico y otra vez la pobreza. Lo que yo observo por las entrevistas que hemos hecho y por las personas salvadoreñas que conozco —y estamos haciendo ahora encuestas más sistemáticas— hay una preocupación muy grande con la falta de servicios públicos, con la ausencia de una salud de calidad. Pero también la generación de empleos es muy baja; la gente no tiene empleo bien remunerado en El Salvador. 

Y lo tercero es la corrupción. Tengo entendido que hay bastante investigación de esto y de la corrupción del régimen.

Entonces los regímenes benevolentes autoritarios pues no se caracterizaban por esto. Los casos de Kuwait, Singapur… pues ofrecen crecimiento económico, ofrecen riqueza para sus súbditos. Yo de verdad desearía que eso fuera así para El Salvador. Francamente, porque yo lo que quiero es que la gente viva en paz y que la gente pueda salir de la pobreza. Pero no veo que esto esté sucediendo con un encarcelamiento masivo.

El programa «Cero Ocio», que a mí me tiene muy intrigada… que estamos hablando de mucha gente inocente que ha sido tomada de las calles. Y ahora los abogados me dicen: “están arrestando fijándose más bien en ocupaciones. Si necesitamos albañiles, arrestamos a los albañiles porque queremos construir escuelas”. ¿Y qué sucede? Los meten a prisión, son inocentes y tienen que trabajar sin ser pagados. Están en la cárcel. Es una forma de esclavitud. Yo no veo que eso sea un régimen benevolente.

Los politólogos nunca hemos sido muy buenos para predecir. Entonces el deseo mío sería que El Salvador no vaya por una trayectoria al estilo de Nicaragua o de Venezuela. Pero yo como lo veo, pues sí… Yo si pudiera darle un mensaje a Bukele le diría: libere a los inocentes y termine el régimen de excepción. Enfóquese a hacer su trabajo sin abusar de los derechos humanos de tantas personas inocentes en la forma que lo está haciendo. Y entonces se le podría reconocer ese mérito que tuvo de solucionar un problema tan grave. Pero no lo va a soltar porque no le conviene.

P: La llegada del presidente Trump a la Casa Blanca tiene una relación directamente proporcional al avance que tuvo Bukele a inicios del año 2025 con estas medidas más represivas contra la sociedad civil y las voces críticas. De manera pública el presidente Trump ha elogiado las medidas punitivas de Bukele. El reporte de Derechos Humanos generado por Estados Unidos prácticamente minimizó estos abusos en El Salvador. 

¿En qué medida esta coalición, estos aliados poderosos, determinan también el ritmo y la intensidad de estos autoritarismos en Centroamérica y particularmente para el caso de El Salvador la relación con Trump? 

R: El apoyo de Donald Trump le ha sido muy importante a Bukele. Si Estados Unidos diera alguna señal de que esta violación sistemática de derechos humanos es algo que les preocupa, pienso que Bukele sería menos descarado en la violación de derechos humanos. Pero lo que aquí es muy importante es que Donald Trump mismo ha instrumentalizado al CECOT y a las políticas de Bukele para amenazar a los inmigrantes. Incluso para mandar inmigrantes. Un ejemplo de esto son los migrantes venezolanos que estuvieron allá y por otro ver a la secretaria de Homeland Security que va y se toma fotos en el CECOT diciendo “quien venga a los Estados Unidos, este es el futuro que les toca».

Donald Trump instrumentalizó las políticas de Bukele. Son aliados. Son fuertes aliados y eso, claro que le da mucha fortaleza al régimen de Bukele. Yo no estoy segura si fuera una administración diferente que pusiera énfasis en derechos humanos, si se lograra restringir más el abuso. Yo tengo la esperanza de que sí, que con presión internacional podría cambiar el énfasis del régimen, pero ahorita pues lo está aplaudiendo y lo está instrumentalizando el mismo Donald Trump.

Y pues también podemos hablar de lo que está haciendo aquí ICE. Es un sistema muy parecido de un abuso muy fuerte de lo que veo como una de las esencias de la civilización, que es la protección del individuo a través del debido proceso legal y sus instituciones respecto del terror del Estado y de la fuerza coercitiva. Y aquí también pues se está minando esto en Estados Unidos. Una misma decisión de la Suprema Corte que permite que ICE esté haciendo lo que está haciendo. Y yo creo que ahí hay una complementariedad en lo que observamos sucediendo en El Salvador que a mí me preocupa mucho.

No es suficiente, porque yo creo que se requeriría otro artículo para hablar también de cómo el sistema carcelario en Estados Unidos, sobre todo hacia los inmigrantes, se está replicando un poco de esta estrategia de Bukele.

P: Por último, en el caso de El Salvador vemos una desarticulación completa de la oposición política, ahora mismo el Congreso salvadoreño está dominado en su mayoría por el partido oficialista Nuevas Ideas con una minoría de voces opositoras. De fondo no vemos la construcción de un proyecto político opositor competitivo que constituya una alternativa a Bukele. Cuando se les pregunta a diversos actores el por qué de esto responden que tienen miedo de presentarse como oposición en el contexto actual.

¿Ve condiciones para construir o generar una coalición democrática amplia en El Salvador o esto está perdido en el corto plazo?

R: Yo lo veo bastante difícil en el corto plazo por todo lo que hemos estado hablando. Los costos de ser opositor son muy grandes. Entonces ya no vamos a ver a nadie moviéndose por el susto y el miedo de ser encarcelado. Ahora, yo sí tengo esperanza en la diáspora salvadoreña o en los periodistas que están trabajando desde afuera y también en la capacidad de influenciar a los salvadoreños que viven en los Estados Unidos y que mandan sus remesas, que tienen sus familias allá. Yo creo que con una cabeza fría informarles lo que está sucediendo, de cuales son los dilemas que se enfrentan y por qué es importante que ellos de alguna forma tratan de ejercer presión y muevan a Bukele de alguna forma, yo veo ahí mi esperanza ahorita. Porque una vez que se desarticulan estos espacios (democráticos) es muy difícil recuperarlos. Podemos ver lo que está pasando en Nicaragua, lo que está pasando en Venezuela. 

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