La crisis política de El Salvador tiene solución
(Tomado de La Prensa Gráfica)
Algunos conflictos he vivido de cerca en las últimas 4 décadas: el de mi país, El Salvador; el de mi segundo país, Nicaragua; y el de Venezuela durante la consolidación de Chávez. 28 años después de los acuerdos de paz fundacionales de la democracia, en El Salvador reventó una gran crisis política que, estoy convencido, tiene solución.
Pusimos fin a una cruenta guerra civil en enero de 1992, pero en la posguerra no construimos cimientos sólidos de la democracia y la institucionalidad, ni de la inclusión y desarrollo social, ni de la transparencia y probidad en la gestión pública, ni del crecimiento y la prosperidad. Llegamos a liderar las mayores tasas de homicidio en el mundo, el menor crecimiento y el mayor endeudamiento económico en Latinoamérica, viviendo las últimas tres décadas del éxodo de una tercera parte de nuestra población a Estados Unidos que envía más de $5,500 millones de remesas familiares, contrarrestando las carencias de tantos, financiando todo el déficit comercial y buena parte del consumo y del crecimiento económico. Lo que sí logramos y cuidamos especialmente es la salida de los militares de la política y del poder, medio siglo de dictadura después.
En los últimos dos años también llegamos a liderar el hartazgo y repudio a los partidos políticos y a la Asamblea Legislativa (Latinobarómetro 2018-2019). Así se fortaleció la figura del joven político Nayib Bukele que asumió el rol del vengador populista contra el establecimiento corrupto e incapaz, ganando primero la alcaldía de San Salvador, y luego la presidencia de la república. Con 53 % de los votos en primera vuelta, derrotó simultáneamente a los dos partidos que gobernaron el cuarto de siglo de posguerra, con gran legitimidad de partida, liderando el recambio generacional.
Con tan solo 8 meses de gobierno, redujo sustancialmente el homicidio, cortó el tiempo de la tramitología y mejoró el clima de confianza para la inversión después de 15 años, visualizó grandes proyectos de infraestructura y logística, yendo al encuentro de grandes empresarios privados y de los líderes de México, Estados Unidos, Japón, China y Catar, que lo recibieron casi como presidente de una gran potencia.
Estos logros y su eficaz estrategia comunicacional aumentaron su legitimidad de desempeño, llegando a 90 % de opiniones favorables, la mayor en el mundo, mientras el descrédito de los dos principales partidos políticos se acrecentaba con pruebas de la fiscalía que algunos de sus líderes financiaron a las maras a cambio de votos. Con pocos diputados en el congreso arremetió contra la mayoría, denunciándolos y exigiéndoles la aprobación de un crédito para equipamiento y tecnología de seguridad. Además de su aprobación, su objetivo es convertir el jaque de las últimas elecciones presidenciales en jaque mate en las próximas elecciones municipales y legislativas, donde espera obtener mayoría legislativa.
El domingo pasado congregó afuera de la Asamblea Legislativa a miles de empleados públicos y simpatizantes, asegurándoles que habría «insurrección» de no aprobarse el crédito, entró con antimotines y tropas especiales armadas al salón donde discuten y votan los diputados, se sentó en el lugar del presidente de la legislatura, rezó y regresó donde la gente aglutinada contándoles que Dios le recomendó «paciencia», dándoles un ultimátum de una semana para aprobar el préstamo. Así, de un solo golpe cambió la historia, arriesgando sus logros y su enorme capital político, crispando al país y alertando a nuestros amigos y aliados internacionales, dejando en suspenso a su gobierno y al futuro de la nación entera.
Con su victoria electoral declaró el final de la posguerra pero ignoró uno de sus principales logros: el fin del uso del ejército para respaldar iniciativas y proyectos políticos, sin tampoco comprender que en el siglo XXI en Latinoamérica, ya no es posible gobernar apartándose de las prácticas democráticas y de la búsqueda de la convivencia y de los grandes consensos. Aún menos en un pequeño país sin recursos, cuyo ADN nacional y marca internacional es haber sometido las armas a la política, en democracia.
No podremos salir de este embrollo, del entrampamiento y de la confrontación creciente hacia donde nos dirigimos, si unos y otros nos atrincheramos como en los viejos tiempos, sin pensar que el país y su futuro son primero.
No hay solución con la política de confrontación, división y diatriba permanente, sin diálogos, entendimientos y búsqueda de mínimos consensos. Pero tampoco lo hay si los logros y el capital político nacional e internacional del presidente no se aprovechan y se ponen al servicio de un gran proyecto de transformación nacional con una visión compartida de desarrollo de mediano y largo plazo.
Aun con mayoría legislativa, el presidente no podrá gobernar con estabilidad, crecimiento y respaldo internacional, sin convivencia y gobernabilidad democrática. La división y confrontación espantarán la inversión y la cooperación internacional, y no habría desarrollo, fracasando su presidencia.
No obstante la gravedad de lo sucedido, el reconocimiento de su responsabilidad, su rectificación, el diálogo y la búsqueda de consensos no disminuirían al presidente, lo crecerían, yendo la oposición a su encuentro, restaurando y relanzando su presidencia y superándose la crisis.