El discurso de Bukele no hizo eco en el Mercado Central

Este 1 de junio de 2024, Nayib Bukele dejó de ser presidente constitucional de El Salvador, y comenzó un periodo de cinco años en los que gobernará violando la Constitución. El magno evento de su juramentación no causó mayor revuelo en un país que le entregó todo el poder a un hombre. En el Mercado Central, hubo descontento e indiferencia hacia un discurso vacío.

Son las 9 de la mañana y en el Mercado Central todo está demasiado vacío para ser un sábado. La alcaldía de San Salvador ordenó el cierre de calles y todos los mercados cercanos al Palacio Nacional. Hoy tomará posesión Nayib Bukele, en su primer periodo como presidente ilegítimo, y no hay espacio para el ruido de las ventas y los claxons. Pero a esta zona del Mercado Central, no llega la música de la banda ceremonial, ni se escuchan los cañones del desfile militar. Si no estuviéramos a unos 600 metros de la plaza Gerardo Barrios, ni parecería que hoy se consolida el régimen de Bukele en El Salvador.

En menos de una hora, el caudillo se dirigirá a la gente. Los verá desde el balcón del Palacio Nacional y dirá, de nuevo, que los salvadoreños tendremos que tomar más medicina amarga para que pueda completar su proyecto personalista y cumplir con las promesas que dejó huérfanas en su primer mandato. Desde ahí, desde arriba, también prometerá que arreglará la economía. Los asistentes, muchos de ellos acarreados, jurarán, aplaudirán y celebrarán sin pensarlo mucho, mientras lo miran desde abajo. Pero en este comedor del Mercado Central de San Salvador, entre cervezas, cócteles y pupusas, el descontento de unos empleados municipales de oriente, de una vendedora ambulante, de una cocinera y un vendedor de lácteos al mayoreo, será más sonoro.

En los pasillos del mercado, la cadena nacional que comenzó una hora antes del discurso de Bukele apenas y suena. Aún faltan unos minutos para el evento principal. Pero a nadie parece importarle mucho. Los vendedores ambulantes, los que quedan, más que vender camisetas con imágenes bukelistas, rematan las camisas del Real Madrid y del Borussia Dortmund. Después de todo, ahora también es la final de la Champions League y hay que rebuscarse como sea.

Casi al mismo tiempo que inició el régimen de excepción, también comenzó la persecución contra el comercio informal. Ser vendedor en el Centro Histórico de San Salvador se ha convertido en un acto de clandestinidad: huir de los agentes metropolitanos que rondan como una sombra amenazante que decomisa las mercancías de los comerciantes informales, es parte de la rutina. Lejos de las batallas campales con las que se resistieron a ser desalojados durante décadas, ahora obedecen por miedo a que el régimen se los lleve.

Las pantallas de los comedores están divididas entre música y videos de Los Temerarios y Elvis Presley, y la cadena nacional desde donde Bukele hablará. Francisco no se llama Francisco pero así lo llamaremos, ya luego nos explicará por qué. Se sienta apresurado en las sillas de nylon y dirige su mirada al televisor. Se tomará tres cervezas antes de las 9:30 porque tiene que ir a atender las entregas de su negocio de lácteos al mayoreo. Viste camisa de botones, jeans y zapatos de lustrar. 

Una voz interrumpe una plática casual sobre la escasez y el aumento de los precios del quesillo: “En este día especial, todos los salvadoreños nos unimos para celebrar con orgullo un nuevo capítulo en nuestra historia…”. Francisco le da un trago largo a su cerveza y se queja de que el presentador ni siquiera es salvadoreño, sino mexicano. Y continúa: “Dicen que todos los Gobiernos han robado, que esto y lo otro, pero este se ha pasado”. 

Para Francisco la corrupción es solo un detalle. Para Elena, que tampoco se llama Elena, hay una sola cosa buena entre el bosque de quejas que tiene: la seguridad. Pero ni eso convence a la dueña de este comedor. La seguridad también ha traído de la mano la autocensura y el temor de terminar como una de las al menos 261 personas muertas en las cárceles del régimen. 

—Lo que pasa es que es una opresión suavizada. Vos tenés un régimen… —comienza a explicarse Francisco. 

—¿Y cómo protestas? Todos callados, qué puede decir uno. Empieza a desalojar gente y quién las va a respaldar —lo interrumpe Elena, limpiando la mesa.

Por eso sus nombres no son sus nombres en este texto.

Mientras, en el televisor, la voz del presentador continúa: “Están emprendiendo, innovando y construyendo un mejor país para que las futuras generaciones tengan las condiciones necesarias para alcanzar su potencia”. El mensaje se pierde en los pasillos del pequeño comedor, que se alista para recibir comensales frente a la gran pantalla que está colgando de la pared amarillenta.

“Nosotros teníamos un puesto de lácteos en la calle. En una de las primeras calles que desalojaron. Tuvimos que desaparecer ese negocio. Lo quitamos. Ahí vendíamos al detalle”, remata Francisco.

Aquel Bukele que en octubre de 2012 se tornó a Twitter (ahora X) para protestar los desalojos de vendedores en el centro, cuestionando “¿por qué hay gente tan insensible? Son decenas de miles de familias que viven del sector informal. ¡Ordenamiento sí! ¡Desalojo no!”. Al Bukele presidente le estorbaban los tuits del Nayib alcalde, y los eliminó. Doce años después, los mismos vendedores y sus familias, también vendedores, son perseguidos por la administración del alcalde de Nuevas Ideas, Mario Durán. De su alcalde.

En las afueras del Palacio Nacional, un pelotón de soldados estrena uniformes de gala y largas capas, para anunciar la llegada de las delegaciones de países invitados a la toma de posesión. Desfilan junto a ellos, como una especie de marcha imperial sin láser: sólo con rifles.“Como que son nazi”, bromea Fracisco antes de darle el último trago a su tercera cerveza. Hay que atender el negocio. 

El batallón presidencial estrenó uniformes durante la investidura de Bukele, luciendo largas capas, guantes y fusiles.

Ni Francisco ni Elena votaron el 4 de febrero. Aunque viven el día a día en el Centro y conocen los problemas que los han afectado, no votaron porque en realidad no les importa mucho la política. Debería. Pero el hambre es más urgente.

Un grupo de ocho hombres entran al comedor donde una pantalla intenta imponerse a la música de al lado. “Vaya, vos que querías ver eso”, bromea uno antes de sentarse. Ellos piden sus cócteles concha, de camarones y mixtos. Están más interesados en comer y disfrutar de unas cervezas que en la coreografía militar que muestra la pantalla del comedor.

Aquí, a 600 metros del Palacio Nacional, lo que Bukele tenga que decir y su investidura son lo de menos. Ahorita lo importante es comer, beber y hacer bromas del partido que se disputará en unas horas. “Ya tenemos al doceavo jugador en la cancha”, le dice uno de los hombres a otros que es fanático del Real Madrid. 

En la plaza Gerardo Barrios, la situación no es tan diferente. Muchas de las personas que estaban ahí, asoleándose, estaban ahí porque son empleados públicos y sus jefes los obligaron a ir. Los diputados se resguardan del calor, sentados en sillas cómodas, instaladas tras el retiro de las butacas del Teatro Nacional. La juramentación, dentro del Palacio Nacional, estuvo abierta sólo a los invitados especiales. A diferencia de hace cinco años, las personas que asistieron se quedaron en el sol viendo en pantallas gigantes lo que pasaba a puertas cerradas. 

Salvadoreños viendo la investidura presidencial inconstitucional en la plaza Gerardo Barrios.

El diputado presidente de la Asamblea Legislativa, Ernesto Castro, comienza con el protocolo de juramentación. Pero esta vez cambia las palabras para omitir algunas frases incómodas. Así, Bukele jura que protegerá “el mandato del pueblo” en vez de “serle fiel a la República». Con la mano sobre una Biblia que sostiene su esposa, Gabriela Rodríguez, también juró “cumplir con la Constitución de la República”. Esa misma que le prohíbe quedarse en el poder ni un día más.

Minutos después, en el palco del Palacio Nacional, Bukele comienza su discurso. Saluda al rey de España, Felipe VI de Borbón, y al resto de delegaciones diplomáticas. “Este Gobierno, que inicia este día, ha sido reconocido por el 100% de los países del mundo”, vocifera el presidente que se saltó la Constitución de la República y cuanta ley quiso en su afán de permanecer en el poder. 

“Yo quiero agradecer a mi esposa Gabriela, que como ustedes saben, además de ser una gran esposa y madre de nuestros más grandes tesoros, Layla y Aminah, es además una gran profesional, y además encuentra tiempo para ser la mejor primera dama que ha tenido nuestro país”, continúa Bukele.

Después de enaltecer a la primera dama, Bukele le planta tres besos. El público, en la Plaza, los vitorea; pero en el mercado ni siquiera prestan atención. Algunos murmuran, pero una vendedora ambulante de medicinas se queda parada un rato más largo viendo la pantalla. “¡Ay Dios! ¡Qué país más tonto, porque el hombre adentro y los pendejos afuera! Qué país más mierda el de nosotros, ¿veá?”, dice con amargura, antes de seguir su camino. En los hombros y el pecho, carga un armatoste improvisado para mostrar el medicamento sin registro. Está obligada a ser su propio escaparate, y correr si los agentes municipales se meten con ella.

En la mesa del lado, las cervezas siguen llegando con más cócteles. Los ocho hombres que ocupan el fondo del comedor son empleados públicos de una alcaldía de San Vicente. Salieron desde antes que amaneciera para llegar a tiempo a la toma de posesión de Bukele, pero no porque quisieran. Están aquí porque era obligación, so pena de ser amonestados. Ni siquiera les pagarán el día doble, la única recompensa por cumplir la orden de “trabajar” en día de asueto es que se podrán tomarse un día laboral entero para descansar en algún momento del futuro. 

Así que mientras Bukele agradecía al “gran pueblo salvadoreño, no solo el que está aquí en la plaza este día, sino a todos los que nos ven a través de sus casas, en la diáspora, en sus celulares, en sus tablets”, ellos protestaban a su manera. Y ya que vinieron hasta San Salvador, optaron por venir al Mercado Central por unas cervezas. 

“Ya me imagino que yo estuviera aguanto sol y aplaudiendole a ese. N’ombre. Yo estoy bien aquí con mi cervecita. Nosotros somos críticos de todo eso, pero no hacemos nada porque nos pueden meter presos”, dice uno, como quien le reclama al mar su oleaje. “Ahorita está llena esa plaza. Nosotros somos empleados municipales, pero ¿por qué creés que no estamos allá? Allá deberíamos estar, pero vale verga. Si toman represalias contra nosotros vale verga”, me dice. 

Durante el discurso, los ocho trabajadores de la alcaldía hablarán poco de política. Reconocerán que la seguridad sí ha mejorado, pero que todos tienen amigos capturados injustamente. Y dirán que la economía los está asfixiando. Pero esas serán pláticas pasadas. De lo que quieren hablar es de la final de la Champions. 

Ellos no escucharán absolutamente nada del discurso de Bukele. No escucharán por ejemplo que Bukele reciclará la metáfora del país enfermo y que él es el único doctor capaz de curarlo. Tampoco escucharán que como buen doctor que es, nos recetará medicina amarga, otra vez. Que gracias a él se curó el cáncer de las pandillas, pero que ahora hay que curar la mala economía. Tampoco escucharán que, de nuevo, Bukele le pidió a su pueblo que no se quejara y jurara con él para proteger su proyecto, y que se hagan de oídos sordos con esas palabras malas que esos enemigos de su pueblo riegan con zaña. 

“Juramos defender incondicionalmente nuestro proyecto de nación, siguiendo al pie de la letra. Cada uno de los pasos, sin quejarnos, pidiendo la sabiduría de Dios para que nuestro país sea bendecido de nuevo con otro milagro. Y juramos nunca escuchar a los enemigos del pueblo. Que Dios los bendiga y que Dios bendiga a El Salvador”, concluye Bukele.

Al terminar de pronunciar esas palabras, el celular de uno de los empleados municipales comienza a sonar. Le avisan que quieren salir ya para evitar el embotellamiento y llegar antes a San Vicente. Otro lanza a la mesa como as bajo la manga una propuesta indecente: que se queden y que luego verán cómo regresar. Pero la carta no funciona. Se van pronosticando la final de la Champions, pronóstico que por coincidencia acertaron. 

—Allá en Europa ya ganó 2 a 0 el Madrid —bromea uno, mientras el resto se comienza a parar.

—Como que ya jugaron ¡Ja, ja, ja!— le responde sarcástico el otro.

Bukele se sale del palco y los ocho empleados municipales se dirigen al punto donde decenas de buses que esperan a los asistentes que vinieron desde el interior del país. Las mesas de los comedores del mercado central ya están decoradas con un cartelito que reza: “Reservados para el partido”. Para el evento más esperado del día en esa parte del centro.

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