El Estado tuitero soy yo

Por Diego Manzano

La red social Twitter se ha transformado en un campo de batalla donde se disputa la legitimidad de los discursos que, desde Casa Presidencial, se elaboran para influir en la percepción ciudadana. El presidente Bukele, valiéndose de la construcción de su figura, difunde relatos centrados en Dios, la Fuerza Armada, la familia, el miedo, ataques a sus enemigos y el culto a su imagen. Y esto fue especialmente evidente durante la pandemia, cuando se desplegó una lógica del terror como mecanismo coercitivo orientado a legitimar las prácticas autoritarias que limitaron los derechos de los salvadoreños.

La pandemia por el SARS-CoV-2, comúnmente caracterizado como Covid-19, permitió potenciar la figura del presidente como un líder enérgico y protector, pero iracundo en los momentos que la población contrariaba sus decisiones o, en su defecto, las desobedecían. En esta lógica del terror, Twitter fue una herramienta que logró difundir las decisiones del presidente Bukele con prontitud. Se dictaba una orden e inmediatamente los funcionarios públicos acataban, sin ningún cuestionamiento. 

De esta manera, el estilo de liderazgo del presidente Bukele, en este afán de construir una narrativa de la protección de la vida como la norma máxima, fue progresivamente atacando a toda aquella persona que le cuestionara alguna clase de decisión, al punto que arremetió contra los magistrados de la Corte Suprema de Justicia (CSJ), la Asamblea Legislativa, el gremio médico, entre otros más. La descalificación y el ataque fueron constantes; particularmente, luego de que les llamó asesinos ante las resoluciones que surgieron de la Sala de lo Constitucional para limitar los abusos de la fuerza y la sistemática violación a los derechos humanos. 

Ciertamente, el choque permanente en contra del resto de órganos contralores del Estado significó el diseño de una campaña que las negaba porque, en apariencia, confabularon para culpar al presidente ante la posibilidad que el sistema de salud colapsara. El presidente, y todo su equipo propagandístico, buscaron la forma de retratar que las acciones de la Asamblea Legislativa y la CSJ minaban funciones y, al mismo tiempo, pretendían señalar que las instituciones obstruían cambios estructurales para beneficio de la población. 

La narrativa caló. Y, de cierta manera, fue la antesala para la destitución de los magistrados de la CSJ y el fiscal, que para una amplia parte de la sociedad salvadoreña representaban un sistema corrupto y puesto al servicio de intereses particulares; generalmente, ligados a la “oligarquía” o los “mismos de siempre”, como suele expresar el mandatario. Así, el presidente Bukele instaló una clase de normalidad progresiva, para que, una vez ejecutadas estas acciones antidemocráticas, fueran aceptadas sin mayor resistencia. 

Esto no hizo más que reafirmar su imagen de líder carismático, fuerte y protector y dotarlo de mayor credibilidad ante gran parte de la sociedad salvadoreña, particularmente en medio de la pandemia. Teniendo en cuenta estos componentes, una investigación elaborada para la Escuela de Comunicación Mónica Herrera (ECMH) de aquellos elementos más representativos del discurso presidencial en Twitter durante los puntos más álgidos de la pandemia (marzo, abril y mayo de 2020) señaló, en primer lugar, una centralización excesiva de la comunicación en la figura del presidente Bukele.

Esta centralización figura como una estrategia orientada a concentrar las decisiones, acciones y discursos en Casa Presidencial, precisamente para tener el control de la narrativa y negar cualquier voz que disienta o manifieste estar inconforme con el presidente. En efecto, la investigación “Pórtense bien. Es por su bien” pone en perspectiva cómo el presidente Bukele es el principio y fin de la comunicación, aunque también hace uso de otra serie de actores para legitimarlos o atacarlos. 

Un segundo elemento a destacar, que fue parte también de la estrategia comunicacional, fue el rol cada vez más protagónico de la “nueva Fuerza Armada”. La FAES asumió un papel preponderante durante la pandemia, pero también en otras etapas de crisis, como en el caso de las inundaciones que se generaron por las tormentas. La resignificación de la figura de la Fuerza Armada pretende desmarcarse de aquella que, en lógica de perpetuarse en el poder y tener una incidencia relevante a nivel político, arremetía en contra de la población salvadoreña que buscaba espacios democráticos y plurales, incluyendo la libertad de expresión.

Aparentemente, esta nueva FAES, al figurar en tendencias en redes sociales como #NaciónDeHéroes, daba un cariz de cercanía a la población salvadoreña. La supuesta renovación pronto quedó desmontada tras la serie de violaciones a derechos humanos que fueron cometidos por la Fuerza Armada y la Policía Nacional Civil en medio de la pandemia, donde inclusive el presidente les reafirmó la idea de doblar las muñecas a los ciudadanos que osaran desobedecerle.

De hecho, la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH) registró un total de 343 denuncias de afectaciones a DDHH del 21 de marzo al 11 de abril de 2020, donde las transgresiones al derecho a la integridad fueron los que más cantidad acumularon, con la cifra de 102 denuncias. Entre estas denuncias destacaron las detenciones arbitrarias y uso excesivo de la fuerza.

En su informe especial sobre la situación de los derechos humanos en el marco de la emergencia por Covid-19, el Observatorio Universitario de Derechos Humanos de la UCA (OUDH) también registró vulneraciones físicas e inclusive un caso de extorsión cometido por la FAES, donde miembros de la Fuerza Naval agredieron a personas de la Asociación Comunal de Agua Potable Comunidades Brisas del Mar 1 y 2, Altos de Brisas del Mar, Pasaje La Posada y el Coplanar (ASCOBAPCO), quienes buscaban abastecerse de agua para sus comunidades.

Finalmente, y como tercer punto, el presidente Bukele se revistió de la figura de ser un líder ungido por Dios para conducir a su pueblo a través de la tribulación de proporciones bíblicas representada por la pandemia. Incluso, él mismo colocó en su cuenta de Twitter ser un instrumento de Dios. Esta narrativa fue difundida en las redes sociales de Bukele al decretar días nacionales de oración, con la finalidad de solicitar ayuda a Dios para acabar con la pandemia. La mediación religiosa le dotó de un halo de credibilidad y autoridad, pues estaba constantemente conectado con la Providencia para exponerle sus cargas personales y las de todo un pueblo que dependía de su voluntad.


Diego Alejandro Manzano es licenciado en Comunicación Social de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA). Actualmente, se desempeña como investigador en temas de derechos humanos para el Observatorio Universitario de Derechos Humanos de la UCA (OUDH) y como analista de datos. Además, es consultor en temas relacionados a redes sociales, especialmente Twitter, YouTube y WhatsApp. Ha trabajado en proyectos para la Unión Europea, USAID y Open Society Foundations.

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