Nuestros cuerpos nos pertenecen
Los cuerpos de las mujeres son territorios en disputa. Sobre ellos se ejercen las violencias materiales y simbólicas del patriarcado, pero también son el lugar desde donde nacen las resistencias. ¿Qué impactos tiene sobre las mujeres la violencia sobre sus cuerpos?, ¿cómo apropiarse de la intimidad transgredida?
Tres mujeres hablan sobre las consecuencias de la violencia sexual, la maternidad temprana y el silencio impuesto al rededor de estos temas.
Paola fue víctima de violencia sexual en dos ocasiones cuando era niña. El dolor de estos recuerdos, aunque aminorado por el tiempo, todavía habita su cuerpo y su identidad. La cambió para siempre. Sembró en ella un miedo permanente. Este miedo la acompaña en el ejercicio de su maternidad, el espacio desde el cual intenta sanar y construir futuro.
“Yo siento que si eso no hubiera pasado quizás mi vida, mi pensamiento fuera diferente; no tuviera tantas inseguridades, miedo de los hombres”.
– Paola
Paola fue víctima de violencia sexual por primera vez fue a los 6 años, cuando un grupo de estudiantes mayores abusaron de ella y su hermana menor en un campo atrás de la escuela a la que asistían, mientras su madre atendía una reunión de padres.
La segunda vez, fue acosada por la pareja de su mamá, quien las observaba a ella y a su hermana mientras se bañaban y, en ocasiones, entraba a su cuarto cuando dormían. Esta situación la llevó a salir de su casa materna y a buscar refugio donde su abuela, donde aún vive.
A los 16 años tuvo a su hijo, razón por la cual tuvo que dejar sus estudios. Actualmente se dedica a cuidarlo a él y a su abuela, mientras cultiva un huerto en su casa. Su pareja tambié tuvo que dejar de estudiar para sostener el hogar.
Los trabajos de cuidado que realiza son para Paola una manera de devolver la protección que le dio su abuela cuando más lo necesitaba, y además una manera de construir un futuro diferente para su hijo. Vive este presente desde el amor y la resiliencia.
De haber podido concluir su educación, le hubiera gustado dedicarse a una carrera que implicara el cuidado de otras personas, como la medicina o la enfermería, dice.
Teresa tenía 13 años cuando un hombre mayor que ella se aprovechó de su inocencia para obligarla a mantener relaciones sexuales con él durante varios años. A los18 tuvo una hija producto de esta situación. Al reflexionar sobre esto, piensa que nunca tuvo la información necesaria para tomar decisiones sobre su cuerpo o para identificar el abuso que vivió.
“En mi familia nadie me enseñó qué era una educación sexual, nadie me explicó qué era un embarazo”.
– Teresa
Cuando Teresa tenía 13 años, un amigo de su padrastro, al menos 20 años mayor que ella, la manipuló para tener relaciones sexuales con él a cambio de dinero. En ese momento, ella atravesaba un shock emocional por la muerte de su padre biológico, una situación que aún no supera del todo y por la cual tuvo que dejar los estudios permanentemente.
Teresa y su familia vivían en una casa de escasos recursos en la zona rural del país. En ocasiones, su agresor se quedaba a dormir por las noches y aprovechaba ese momento para obligarla a tener contacto sexual. En otras ocasiones, daba dinero a los padres para que fueran a comprar comida y se quedaba solo con ella.
Esta situación se mantuvo durante 5 años, después de los cuales Teresa quedó embarazada. Antes de eso, ella nunca había escuchado de métodos anticonceptivos ni había recibido ningún tipo de educación sexual. Ella cree que, de haber tenido esta información hubiera tenido más herramientas para enfrentar lo que vivió.
“A veces uno no piensa bien con la mente, por eso solo se deja engañar”, dice Teresa cuando analiza lo que vivió junto al hombre que se aprovechó de ella. Esa frase aún pone cierta carga de responsabilidad en la víctima. Y es que, aunque ahora reconoce que lo que hizo su agresor estuvo mal, Teresa apenas comienza a procesar y entender el abuso que sufrió. En el contexto en el que vive, este tipo de relaciones abusivas está, en muchos casos, normalizada debido a la cultura patriarcal imperante.
Sin embargo, poco a poco Teresa logró alejarse de su agresor. Actualmente, se dedica a cuidar a su hija y a lavar ropa ajena para sostenerse. Pese a todo, quiere profundamente a su hija, y sueña con poder darle una vida diferente.
Teresa gusta mucho de las rosas y espera un día poder trabajar arreglando flores para ganar más dinero.
A los 14 años Rosita salió embarazada de su novio, quien era 10 años mayor. El mundo se le vino abajo cuando supo que esperaba un bebé, e incluso pensó en el suicidio. Esta situación la obligó a dejar sus estudios y rebuscarse para criar a su hija como madre soltera, pues el progenitor no quiso reconocerla.
“La educación sexual debería de inculcarse en la escuela para que las niñas adolescentes este sepan cómo enfrentarse a algún embarazo o algún abuso sexual”.
– Rosita
Las leyes salvadoreñas establecen que las personas menores de 15 años no son capaces de consentir una relación sexual, debido a . Es por ello que esta acción está contemplada como “violación en menor o incapaz” y está penada con 14 a 20 años de prisión. Sin embargo, en el país una
Rosita piensa que no pudo tomar una decisión sobre su cuerpo debido a la falta de información sobre cómo protegerse y cómo vivir responsablemente esta faceta. La ley, sin embargo, señala que las personas menores de 14 años no son capaces de consentir
Su pareja en ese entonces tampoco tomó medidas de protección para ambos. Quedó embarazada después de su segunda relación sexual y, debido a ello, tuvo que dejar la escuela.
Su madre nunca le explicó nada sobre educación sexual, dice Rosita. Ella no quiere cometer los mismos errores con sus hijas, quiere establecer la confianza suficiente para poder hablar con ellas sobre estos temas. “Tenemos que tener respeto con nuestro cuerpo, decidir lo que nosotros queremos, no lo que quieren que nosotros hagamos, y respeto en la forma que uno se viste”, explica.
El embarazo adolescente también acarrea discriminación para muchas jóvenes y Rosita recuerda sentirse juzgada por las personas a su alrededor. Nunca tuvo apoyo para poder retomar su proyecto de vida, así que tuvo que arreglárselas para salir adelante como podía. Su pareja tampoco la apoyó después de su separación.
Sin embargo, actualmente se siente orgullosa de todo lo alcanzado. Logró poner una granja de pollos de engorde y ha sido reconocida como ejemplo de emprendedora por organizaciones que apoyan a mujeres para que desarrollen sus iniciativas económicas.