El “daño colateral” más invisible de una política represiva

La niñez de El Salvador representa el “daño colateral” más invisible en la cadena de errores que se viven en la marginalidad del país. Las niñas y niños que sufrieron la violencia de las pandillas ahora observan, con temor y desde la sombra, cómo el régimen de excepción se vive día a día en su comunidad, en su escuela y en sus casas, muchas veces desde la ausencia de un familiar (un padre, un hermano, un tío) que ha sido detenido, sin explicaciones ni manera de saber dónde ni cómo está.

Por Verónica Reyna

La política de seguridad ha dejado siempre escondida, en el suelo e invisible a la niñez salvadoreña. Las políticas de corte represivo, conocidas como de Mano Dura, no son nuevas y han sido la única respuesta de los gobiernos al problema de violencia en el país. Responder con violencia estatal ante la violencia de las pandillas solo es una muestra más de la incapacidad de un Estado para responder a las necesidades de seguridad y a su obligación de garantizar los derechos de una población hundida en la desigualdad y la exclusión. En 2017 el Servicio Social Pasionista (SSPAS) publicó un informe sobre cómo la niñez estaba viviendo la violencia de las pandillas. Una escena definió muy bien cómo las políticas de seguridad implementadas impactaban en los niños y niñas: en un relato un niño contó cómo escuchó que un pandillero había subido a los techos de las casas y huía de la policía, de un salto este cayó en su patio, donde él se encontraba escondido en una hamaca. Luego del pandillero saltó el policía y en la persecución ambos empujaron la hamaca y el niño cayó a metros de distancia, sin que ninguno de los dos se percatara de él.

Hoy, en el marco de un régimen de excepción permanente, la niñez se ha vuelto todavía más invisible. La guerra contra las pandillas, el casi único enfoque de la política de seguridad actual, se desarrolla con la misma superficialidad que las políticas manoduristas de los gobiernos anteriores, desatendiendo las causas de la desigualdad, potenciando la ruptura del tejido social y abandonando a las víctimas que sufrieron la violencia de las pandillas. Aunque estas estructuras criminales se han visto profundamente reducidas en su accionar, lo que ha mejorado la seguridad para millones de personas, esta seguridad se vive con miedo.

Entre los meses de septiembre y octubre de 2024 el SSPAS recogió las impresiones de 59 niños y niñas que viven en comunidades de Mejicanos y Cuscatancingo, comunidades históricamente controladas por las pandillas, para conocer cómo percibían la seguridad que ahora se tiene. A través del juego y la exploración de sus emociones, nos encontramos en el relato de niños y niñas, de entre 6 a 11 años de edad, con una contradicción constante. Esta mirada, que no dista mucho de la adulta, se mezcla en una realidad que la niñez todavía no logra integrar en su mundo. Si bien ahora hay menos “malos”, también identifican en la Policía una figura a la que hay que temer.

“Están buscando criminales”

“Buscan a alguien que no ha hecho nada”

“Andan agarrando ladrones”

“Esos soldados hacen a veces cosas malas”

“Se están llevando a la gente mala”

“Me da miedo porque (los policías) podrían enojarse y tienen armas”

La figura de protección, seguridad y cuidado que debería reflejarse en las fuerzas de seguridad del Estado también se experimenta desde el temor de ser víctima de su conducta arbitraria. La niñez vive ante una Policía que les protege de las pandillas y su violencia, y una Policía que les atemoriza, que es violenta y arbitraria. Al consultarles sobre qué percepción tenían de la Policía, la mayoría dijo, en un primer momento, que se sentían protegidos por ellos. Al profundizar, sin embargo, describían a la Policía como una figura ambigua que además les provocaba temor y desconfianza, ya que habían sido testigos de arrestos arbitrarios, golpizas, revisiones violentas de sus casas, amenazas hacia su familia o vecinos, entre otras formas de violencia.

La seguridad en las comunidades ha mejorado, efectivamente, respecto a la situación de seguridad respecto a la violencia que generaba por el control de las pandillas. Esta seguridad, no obstante, se encuentra mediada por el control y la vigilancia de la Policía y el ejército, instituciones que son casi el único contacto que tienen en la vida cotidiana de estas comunidades.

“Cuando pasan, me da miedo, porque me da miedo que se les salga un fusilazo”

“A mí me enoja, porque hay veces meten presos a más gente y (la gente) ni hacen nada”

“Tristeza porque hacen maltrato”

“Ansiedad cuando están haciendo retenes y operativos”

Las madres de los niños y niñas entrevistados reconocen el riesgo que implica vivir en un territorio estigmatizado, que pasó de sufrir la violencia de las pandillas a vivir bajo el control de una Policía que considera a cualquiera como sospechoso.

“…ya desde las nueve de la 09:30 ya andaban los drones 
(…) ya no podía salir, usted,
pues porque ya los drones ya andan ahí
y cualquier que anda (fuera) ya es sospechoso”

El impacto del régimen de excepción en los niños y niñas, además de vivir su cotidianidad con una figura de temor, es mayor en aquellos que tienen algún familiar que ha sido detenido desde que se implementó la medida. El 43 % de la niñez consultada para este estudio reportó que al menos una persona de su familia ha sido detenida durante el régimen de excepción.

Los impactos recogidos en este estudio mostraron afectaciones psicológicas como ansiedad, problemas para dormir, tristeza y cuadros depresivos, duelo ambiguo, así como evitar lugares que les generan miedo por la presencia policial o militar. Este estudio también identificó niñez en abandono, que no cuentan con familiares adultos que les cuiden, y que, por el estigma social de la detención de alguien de su familia, reciben muy poco o nada de apoyo para su subsistencia, siendo la misma comunidad quien busca acompañar y brindar comida o dinero, incluso desde el miedo de ser arrestado injustamente solo por ayudarles. En estos casos se ha detectado a niñez víctima de explotación sexual, en particular niñas y adolescentes.

“…el problema es que la gente tiene miedo a
acercársele, porque si tú te acercas a esas
personas te pueden vincular. Entonces la gente
mejor no se acerca, porque yo le dije una vez a una
persona −Mire, esos niños están solos, llevémosle
comida. −Sí, pero de lejos, porque si nos metemos
a la casa capaz que cae la policía y nos llevatambién”

“Sí, lo hemos visto, niñas adolescentes cuidando a sus hermanitos (…) Hay niñas aquí en la
comunidad igual que se prostituyen, se han visto esos casos, es por el hambre, por la economía, no es que le agrade hacer eso”.

La estigmatización social que sufren las familias de comunidades marginalizadas y empobrecidas es potenciada por el Estado que ha colocado a las víctimas de las pandillas también como sospechosas. La niñez, en este contexto, no se libra de ese estigma y sufre las consecuencias de un discurso que las coloca fuera de la protección de sus derechos. Nacer con cariño y crecer juntos son frases que no alcanzan a llegar a la niñez afectada por el régimen de excepción.

La mirada de la niñez ante una política de seguridad, en teoría exitosa, muestra con mucha más claridad las contradicciones de una sociedad herida por la violencia, no solo por las pandillas, sino también por un Estado que no ha podido enfrentar las causas de esta problemática y ha insistido en la fuerza como única medida de abordaje. La violencia del Estado vuelve de nuevo a las comunidades que han logrado respirar de la crueldad de las pandillas, pero que siguen esperando una seguridad que no restrinja sus derechos, sino que los garantice sin recurrir al miedo y la amenaza. Hasta entonces, hasta que no logremos reconocer los impactos de una política superficial y punitivista, ese “margen de error” será mucho más grande y profundo del que se quiere admitir.

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