“El presidente tiene la obligación de que se cumpla la Constitución y moverse en el ámbito que ella le indica.”
Manuel Alcántara, politólogo español especialista en política latinoamericana.
(Transcripción editada de la entrevista realizada por Karen Fernández transmitida el domingo 21 de junio de 2020)
El Salvador tiene un escenario político complicado porque tiene un presidente electo con un voto mayoritario pero sin una maquinaria polític real dentro del poder legislativo. “Este es el escenario de una situación que conduce a un choque de trenes, o en términos más académicos, un choque de legitimidades”, analiza Manuel Alcántara, especialista en política latinoamericana, quien ve en el país una “Democracia fatigada”.
Para Alcántara, si bien el presidente Nayib Bukele puede tener como estrategia política alcanzar un la mayoría en la Asamblea tras las elecciones legislativas del próximo año, no por ello debe de irrespetar la constitución. “Las instituciones están por encima de los intereses de los hombres y de las mujeres, están por encima de los intereses de los partidos políticos y en ese sentido hay una responsabilidad también muy fuerte de los legisladores”, dice el politólogo.
En El Salvador llevamos algunos meses de choques entre Órganos del Estado. Mientras unos dicen que «la gobernabilidad está en riesgo», el presidente Nayib Bukele se queja de que no lo dejan gobernar. ¿Cómo deberíamos entender la gobernabilidad en una democracia?
Lo primero es que la definición de gobernabilidad es una muy simple, es (tener) las condiciones favorables para la acción del gobierno, esta definición es muy simple pero a la vez muy laxa. Significa que un gobierno debe tener las condiciones para poder gobernar, y esas condiciones pueden ser de tipo institucional, pero también de tipo individual, personal o incluso coyuntural. ¿Qué pasa en El Salvador o qué elementos hay para poder entender un escenario a priori de ingobernabilidad? Y no me refiero a algo concreto, sino algo en teoría.
Primero, hay un calendario electoral extraño, porque El Salvador es uno de los poquísimos países de América Latina que mantiene elecciones legislativas y presidenciales en tiempos distintos. Esto significa que la natural concomitancia que podría darse en esos dos poderes surgidos del mismo calendario electoral no se da. Tenemos a un presidente electo en un determinado momento y un congreso, en otro momento. Esa es una cuestión objetiva y muy clara.
La segunda cuestión es ya más compleja, es que El Salvador venía arrastrando una crisis de representación política muy seria con el descrédito de los partidos políticos. Y esto se ha visto desde dos elementos muy objetivos: uno el descenso de la participación política en las últimas elecciones presidenciales, que fue una de las participaciones más bajas en la historia reciente del país. Y segundo, un deterioro de los partidos políticos tradicionales, en este caso me refiero a los dos grandes partidos sobre los cuales ha descansado la vida política salvadoreña durante el último cuarto de siglo, Arena y el FMLN. Ambos partidos estaban muy deteriorados porque la gente se había alejado de ellos. Había volatilidad electoral y tampoco la gente se identificaba con ellos.
Esos dos escenarios, el político y el coyuntural, dan un resultado político que hace llegar a una figura a la presidencia, que si bien no es un outsider –en el sentido técnico de la palabra, porque un no es alguien que viene absolutamente desde afuera del mundo político, mientras que Bukele no venía de afuera porque había sido alcalde de dos municipios del país–. Él no era outsider, pero sí es considerado como tal porque era alguien sin maquinaria política. Eso complica el escenario de manera radical, porque vamos a tener un presidente con voto mayoritario en primera vuelta, en el marco de una reducida cantidad de participación en la votación. Pero además es un presidente sin un partido político, que no tiene maquinaria ni otra serie de elementos que están presentes en el sistema político: en su caso no los tiene ni en el ámbito del poder legislativo ni en el ámbito del poder municipal, donde no hay alcaldes ni concejales de su línea política. Este es el escenario de una situación que conduce a un choque de trenes, o en términos más académicos, de choque de legitimidades.
Tenemos ya ese contexto institucional y estamos a unos meses de las elecciones de 2021, pero hoy por hoy tenemos esa configuración ejecutiva y legislativa que se oponen. ¿Cómo se resuelve este choque de legitimidades?
Hay que tener en cuenta una cosa y es que en la vida hay cosas que no se pueden resolver fácilmente, porque dependen de la buena voluntad de las partes y otros factores. En el mundo real, no solo en la política, eso es complicado. El conflicto está muy presente en la historia de la humanidad y este es un ejemplo de eso. Ahora, qué vías hay para encauzar este problema. Para mí lo más importante es el respeto a la constitución y el respeto a las reglas de este juego. El presidente y la Asamblea, los jueces, deben respetar las reglas y seguir jugando. Probablemente el presidente tendrá en su cabeza una estrategia política que me parece legítima, que es el de tener un grupo mayoritario en las elecciones que vienen. Eso es lícito, para ello los partidos políticos opositores tendrán que hacer lo posible para que eso no se de, es decir que ellos logren mejores resultados. Ahí tenemos un conflicto político. Pero lo segundo es que el presidente tiene que respetar la constitución y eso es básico. La constitución establece una serie de instituciones y funciones para los poderes del Estado y establece cuál es el papel del órgano arbitral, como es la Sala de lo Constitucional. El presidente tiene la obligación de que se cumpla la constitución y moverse en el ámbito que le indica la constitución.
Usted habla de respeto entre los Órganos del Estado, pero el 9 de febrero vimos una irrupción del presidente Bukele con la Fuerza Armada en la Asamblea Legislativa, ¿cómo podemos entender eso?
Escribí un artículo de opinión sobre ello y evidentemente el presidente Bukele se equivocó. No puede hacer eso y fue, evidentemente un grave error, algo que pesa en su pasado reciente.
¿Por qué debemos entenderlo así, como usted lo califica? ¿Solo es un grave error?
Lo primero porque el presidente no puede convocar una manifestación en la puerta del Congreso. Es preferible tener una actitud institucional que no le lleve a ese tipo de cuestiones, tiene que estar por encima de eso porque es el presidente de todos los salvadoreños. Él no tiene porqué convocar esas cosas. Segundo, no debe usar la fuerza pública a su capricho. Tercero, no tiene que permitir que la fuerza pública o armada entre en el congreso a acompañarle, eso está fuera de cualquier protocolo, es una muestra de prepotencia y una muestra de sentido institucional enorme. Pero tampoco puede hacer otras cosas, como invocar a Dios. Estamos en una sociedad plural y hay que respetar a las personas para las cuales ese Dios es muy distinto. Debe separar la religión de su actuación.
Los últimos meses y la emergencia por Covid-19 nos han demostrado que el Ejecutivo y el Legislativo no tienen capacidad de diálogo ni de consenso, ¿por qué es tan importante conservar esta capacidad de diálogo entre los Órganos?
Porque hay una institucionalidad que respetar. Las instituciones están por encima de los intereses de los hombres y de las mujeres, están por encima de los intereses de los partidos políticos y en ese sentido hay una responsabilidad también muy fuerte de los legisladores. El problema es que los legisladores arrastran un pasado y ese pasado es una carga negativa, porque es la que ha alejado al electorado de ellos. Los propios legisladores también tienen que entonar su mea culpa y los partidos políticos a los que pertenecen esos legisladores deben ir pensando en un horizonte como el de febrero de 2021 para renovar la clase política y ofrecer unas caras que no estén complicadas con viejos problemas, que van desde corrupción hasta abuso de poder.
“El presidente podría llamar a los mejores politólogos, pero se rodea de su entorno familiar y ese es un error que perjudica su andadura política.”
Manuel Alcántar, especialista en política latinoamericana.
El discurso del presidente contra los diputados desgasta también a la Asamblea como institución. ¿Cómo puede sobrevivir el sistema democrático y sus instituciones con un líder que deslegitima a sus Órganos?
Es cierto y por eso vuelvo a repetir la idea de la ausencia de carácter institucional. Creo que el presidente no es consciente de lo que significa llevar la banda presidencial, la bandera del país y el hecho de ser el presidente de todos los salvadoreños y ese es un problema muy serio. Y creo que ese es un problema de la madurez del presidente, pero también de la madurez del entorno que le aconseja, que ese es otro problema añadido. El hecho de no contar con un grupo político experimentado, medianamente sólido, conocedor de la política y de las reglas del juego, y sin embargo estar rodeado de un clan familiar, con intereses familiares, juegan en contra del presidente Bukele. El presidente Bukele es el presidente de El Salvador y él podría estar rodeado de los mejores juristas, de los mejores economistas del país, que los tiene. Podría llamar a los mejores politólogos, pero se rodea de su entorno familiar y ese es un error que perjudica su andadura política.
En esta pandemia, Casa Presidencial ha vetado decretos que protegían nuestros derechos, por ejemplo, el derecho de los salvadoreños a retornar a su país, ¿cómo debe manejarse una situación en la que el presidente usa los mismos recursos del sistema para retrasar el cumplimiento de leyes que protegen derechos humanos mínimos?
Le concedo el beneficio de la duda, digamos que eso está dentro del juego político, ¿qué tiene que hacer un partido político opositor si el presidente actúa de esa manera? Pues construir un discurso crítico sobre el articular una plataforma de denuncia para que el presidente sea castigado en las elecciones de febrero. Es decir, el juego institucional y lo importante de la democracia es la existencia de que esté asegurado que periódicamente se convoca a la gente para escuchar su voz en procesos libres, iguales, etcétera. Eso está funcionando en El Salvador y creo que va a seguir funcionando, la opción de los partidos que están en la oposición al gobierno es construir un relato suficientemente claro en el que se denuncie, que se plantee cuáles son los errores y las faltas políticas que comete el presidente en el ejercicio de sus funciones y denunciarlo. Y recordar al electorado: «oigan, esto está haciendo el presidente y esto está mal por esto, por esto y por esto. Entonces por favor no le demos un apoyo en las elecciones de febrero porque esto significa que ustedes están validando esto». Y, ojo que ahí viene el problema, ¿qué pasa sí resulta que la gente valida esto? Ese es el problema y lo venimos viendo en otros países de América Latina con esta palabra que llamamos el populismo, es decir una representación, una línea directa o contacto con los ciudadanos, de tal manera que se eviten otro tipo de intermediaciones.
Esta idea de que entonces Bukele pudiera ir a las elecciones de febrero pidiendo un voto de apoyo a él, esto es muy típico en política, esto lo va a hacer Andrés Manuel López Obrador el año que viene, en julio 2021, va a pedir el voto a sus candidatos de Morena para seguir manteniendo una mayoría en el congreso; pues eso va hacer Bukele, pero los partidos políticos salvadoreños, sobre todo los dos grandes partidos, tienen que construir un relato perfectamente claro, nítido, para la población en la que ataquen o muestren sus puntos de vista discrepantes de la actuación del presidente Bukele.
Usted decía que hemos visto ya este patrón, habló del caso de México, ¿en qué otros países también podemos verlo?
Es muy claro también y me refiero porque tienen elecciones pronto, el caso de Argentina, el año que viene tiene elecciones de medio término. Ellos van a elegir la mitad de la cámara de diputados y un tercio del senado, va a pasar lo mismo: la crítica al presidente Fernández se va a vertebrar en esas elecciones, cosa que es muy distinta en Perú, por ejemplo, el año que viene también hay elecciones en abril, y el presidente no puede concurrir, entonces eso es distinto, pero en aquellos casos en los que le presidente se puede beneficiar del proceso electoral, es lógico que la oposición articule un programa y un discurso para que esto no suceda y lo tiene que hacer bien, este es el juego de la democracia.
Estamos a menos de un año de las elecciones de 2021, el presidente que tiene más del 90% de la aprobación en opinión pública, ha advertido que es la oportunidad de sacar a Arena y al FMLN del Legislativo, el presidente lo ve como un escenario ideal para impulsar sus proyectos, pero, ¿es un estado ideal para el beneficio de los ciudadanos?
Depende cuáles sean las propuestas reales que el presidente Bukele quiere llevar a cabo y qué propuestas reales quiere llevar a cabo la oposición. Lo más pernicioso para la democracia es que esto termine polarizándose en un sentido ideológico, no como antes ocurriera en El Salvador, donde había dos modelos teóricamente muy distintos, hemos visto que no eran tan distintos pero el modelo de Arena y el modelo del Frente, ¿no? Entonces había una polarización ideológica muy nítida, el problema es una polarización entre yo y los demás, el presidente y el resto, porque finalmente eso no da otras señales con respecto a yo y usted qué va hacer con, pongamos por caso con la industria, qué va a hacer usted con las relaciones exteriores, qué va a hacer usted con la inmigración a Estados Unidos, qué va hacer usted con el sistema financiero, qué va hacer usted con la reforma fiscal, el problema es que todos esos temas que son de política se van a ocultar y entonces la situación es personalizada y polarizante: yo o el caos, yo y el resto. Y eso es la matriz más típica del populismo, cuando la política se personaliza entorno a un individuo y la historia nos da resultados, eso es nefasto.
Frente a la posibilidad de que Nuevas Ideas gane una posición importante en el Legislativo, tenemos que decir que es un partido que nace bajo la figura del presidente Bukele, y ahora el secretario del partido es primo del presidente, con estas características, ¿debería preocuparnos una mayoría de Nuevas Ideas en el Legislativo?
A priori, hay que decir que no. Hay que ver cuáles son las ideas que tiene Nuevas Ideas, lo que estaba planteando antes, habría que ver cuál es el programa que Nuevas Ideas va a defender en asuntos muy concretos, en asuntos que realmente afectan a los salvadoreños. Es decir, cuando se vaya a plantear el tema de las cárceles, de la violencia, de impuestos, del tejido productivo, de las relaciones internacionales, etcétera. Hay que ver cuáles son esas nuevas ideas, mientras tanto no nos podemos pronunciar y solo queda ese caparazón, de lo personal, de la familia.
Esa superficie, ese caparazón per se, ¿no debería prender nuestras alarmas?
Sí, ya lo he dicho antes, evidentemente, porque eso es lo contrario de institucionalización. La institucionalización descansa en reglas, en normas que son aceptadas por una gran mayoría de las personas.
“La crisis por el COVID 19 ha generado un ambiente peculiar que va a profundizar esa fatiga de la democracia y sabemos que cuando se hace crónica puede representar una situación muy problemática y ese ha sido el escenario que viven buenas partes de países y El Salvador.”
Manuel Alcántara, especialista en política latinoamericana.
Con todo este escenario, ¿podríamos hablar de un retroceso en la democracia salvadoreña?
Sí, lo he defendido en varios textos y llego a este término que es “democracia fatigada”, un tema que no es solo de El Salvador sino un tema bastante generalizado. No soy especialista en Europa, pero se ve en Europa y es muy claro en América Latina, donde se ve una democracia fatigada que se viene dando por lo menos desde mitad de la década pasada, desde el año 2015. Coincide con varias cosas desde la perspectiva económica, con unas economías que no han terminado de recuperarse del final de la primera década del presente siglo; pero también tiene que ver con cambios en los hábitos de cada uno en este mundo exponencial que vivimos: el dominio de las nuevas tecnologías; con la corrupción y una clase política muy poco profesional, muy poco dedicada y muy poco preparada. Tiene que ver también con temas viejos de las sociedades latinoamericanas como la desigualdad, marginación, precariedad y, en el caso salvadoreño, la violencia e inseguridad, son problemas que van minando y apartando a la gente de la democracia, que la va mirando con escepticismo, con cierta desconfianza y la valoran menos.
Este es el escenario que yo veía muy claro en a finales de 2019, esto se complica con en COVID 19 porque genera pautas en todos los países, pautas autoritarias porque hay que tomar decisiones serias muy rápidamente, por ejemplo, decidir que la gente no salga de su casa, que a lo mejor es necesaria, pero es muy fuerte; o ver que las Asambleas han estado prácticamente en cuarentena, mientras que el presidente puede decidir desde su despacho, puede poner una cámara web, para poder dirigirse a la población. Esto ha generado un ambiente peculiar que va a profundizar esa fatiga y sabemos que cuando la fatiga se hace crónica puede representar una situación muy problemática y ese ha sido el escenario que viven buenas partes de países y El Salvador.
El vicepresidente ha empezado a hablar de una reforma constitucional para evitar choques entre órganos.
Típico, no somos muy mayores para recordar que es lo que hizo Chávez, por ejemplo, el tener un traje a medida es lo primero que requiere este tipo de escenarios, no me sorprende en absoluto y de ahí vendrá la idea de una reelección, seguramente.
Pero, el vicepresidente dice que no están buscando la reelección sino para evitar conflicto, ¿debemos temer de entrada estas pretensiones del Ejecutivo?
Sí, definitivamente, en estas condiciones totalmente porque las reformas deben llevarse a cabo con el más amplio consenso posible.