“Alicia” rompió la cuarentena
“Alicia” habla con un nombre ficticio para mantener el anonimato, desde hace 3 años junto a dos compañeras rentó un local para poner un salón de belleza y ganarse la vida.
En los últimos meses, “Alicia” rompió la cuarentena preventiva por la pandemia de COVID 19 una docena de veces. Antes de salir de su casa, ella revisaba la ruta en su celular para asegurarse de esquivar todos los retenes policiales y militares implementados para garantizar el cumplimiento de las medidas sanitarias. Si por alguna razón se encontraba con uno, tenía a la mano la carta de autorización de un servicio de mensajería que su esposo falsificó con el logo de una empresa reconocida.
Pero ella no trabaja en mensajería; “Alicia” es esteticista independiente y atendía a sus clientas por citas en un local que renta. Desde el 21 de marzo al 15 de junio, las actividades en salones de belleza estuvieron prohibidas y tanto ella, como sus compañeras, se quedaron sin forma de ganar dinero.
En un inicio, tuvo la disposición de acatar las reglas, pero pronto esto se hizo imposible. El trabajo había comenzado a menguar desde hacía semanas. El virus era el único tema del que se hablaba en los noticieros y charlas informales. Aunque no había un solo caso confirmado en el país, su llegada era inminente. Muchas clientas tenían temor de salir y contagiarse, y comenzaron a cancelarle las citas programadas.
El sábado que se decretó la cuarentena, “Alicia” llegó a su salón a esperar clientas que nunca aparecieron. Antes de ir a su casa, pasó por el supermercado y vio las largas filas de personas para pagar, gente que acaparó papel higiénico, comida enlatada y desinfectantes.
“Los primeros días me angustié bastante, pero luego me calmé, porque dije: ‘estamos bien’, los niños se miraban bien, no teníamos contagiados y, entonces, me tranquilicé”, recordó.
Aquella tranquilidad duró 15 días. Aunque estaban a salvo del virus en casa, las cuentas se comenzaron a acumular. Algunos pagos como luz, agua y telefonía se suspendieron por decreto legislativo, pero otros gastos seguían surgiendo: proveedores, renta del local, el colegio de los niños, la universidad, la cuota para ayudar a la manutención de sus padres… “Alicia” hacía números una y otra vez sin lograr cuadrar.
“Entonces, sí ya comencé con insomnio. Somos personas que vivimos del día a día, que vamos ahorrando, hay días bonitos, hay días que no son tan bonitos… la verdad es que sí fue difícil porque ya los ahorros iban menguando y ya no era tan fácil para nosotros seguir adelante”. Por eso decidió romper la cuarentena.
Un trabajo clandestino
El local donde “Alicia” atiende a sus clientes consiste en tres cuartos pequeños. El principal es un espacio de cinco metros cuadrados con dos mesas de trabajo y dos sillas para cortar cabello. En las paredes hay algunos esmaltes en pequeños estantes que conforman toda la decoración del lugar. “Antes estaban todos llenos, de todos los colores”, dice como demostrando la decadencia por la pandemia. Atrás hay un cuarto todavía más pequeño donde lavan el cabello de las clientas y al lado, hay otro más amplio, donde se realizan masajes y depilaciones, su especialidad.
Todo lo que está ahí lo han logrado con esfuerzo, dice. Cansadas de la explotación laboral de los salones de belleza “Alicia” y sus compañeras se independizaron y para reducir costos alquilan juntas el local.
Antes de entrar, nos pide que limpiemos las suelas de los zapatos en un líquido desinfectante y nos rocía con un spray que tiene esa misma función en todo el cuerpo. Luego nos alcanza el alcohol gel para acabar con el saneamiento.
Ese es el protocolo desarrollado por “Alicia” y sus compañeras con la complicidad de sus usuarias. “Tenemos clientas médicos, a las que les consultamos cómo podíamos hacer para tener un protocolo de seguridad para poder venir, pero que el cliente se sintiera seguro”, dijo.
Con las medidas de seguridad listas, comenzaron a contactar a sus clientas para hacer nuevas citas. “Atendíamos solo tres clientas por día para que no chocaran entre ellas, y después de atender a una desinfectamos todo. Tampoco abusábamos, quizá eso lo hicimos unas tres veces antes de que empezara lo de salir por número de Documento Único de Identidad (DUI)”, explicó.
El 5 de mayo, el presidente anunció un nuevo decreto con una cuarentena más estricta. Ahora, solo se podría circular en las calles dos días a la semana, según el número de documento único de identidad (DUI). Entonces las cosas se complicaron.
“Lo que hicimos fue que el día que nos tocaba salir con nuestro número de DUI, íbamos al salón. Y pues, aunque sea $30 los teníamos en casa y podíamos ir a comprar lo necesario para la comida. Fue bien difícil. Yo no salía de mi casa simplemente por el hecho de querer andar en la calle, o sea, salí de mi casa porque había necesidad”, señaló.
A lo largo de todo su relato, “Alicia” repite una y otra vez que no rompió las reglas por irresponsabilidad o egoísmo. Salió porque en su casa se estaba acabando la comida; porque las cuentas por pagar se le estaban acumulando; porque sus papás tienen 70 años y ya no pueden trabajar; porque lo que gana su esposo solo alcanza para pagar el colegio y la universidad. “Lo digo porque sé qué es lo que dice la gente, que uno es inconsciente y no le importan los demás”, justifica.
El 13 de junio, el presidente anunció que la reapertura económica comenzaría tres días después y se daría de forma gradual por sectores. Los salones de belleza podrán recibir clientes desde la primera etapa, pero deberán hacerlo por cita y cumpliendo protocolos estrictos de seguridad sanitaria.
“Alicia” está lista para retomar sus actividades laborales. Sus protocolos están desarrollados desde hace más de dos meses y no tiene tiempo que perder. A partir de este mes los pagos suspendidos comienzan a cobrarse de nuevo y tiene que recuperar los ingresos perdidos. El miedo al virus continúa y “Alicia” dice que lo que menos quiere es contagiarse y contagiar a otros, pero al menos del miedo a ser detenida y llevada a un centro de cuarentena ya está libre.