“Cubriendo la guerra de El Salvador no fui valiente, fui irresponsable”
María Cortina, periodista mexicana
Transcripción editada de la entrevista realizada por Karen Fernández transmitida el domingo 29 de noviembre de 2020)
En su libro “El Salvador, memoria intacta”, Cortina presenta sus recuerdos de mujeres y hombres periodistas que durante el conflicto interno salvadoreño, a pesar de la violencia, fueron cautivados por El Salvador.
¿Qué los cautivaba del Salvador en ese contexto de violencia generalizada?
Nos cautivaba que, creíamos en esa guerra, en el sentido de que, vimos una esperanza, éramos jóvenes casi todos y veíamos en El Salvador una esperanza de que era posible cambiar la violencia, cambiar las injusticias y, además, veíamos dentro de todo ese horror, un país que luchaba, un país que creía en lo que estaba haciendo, me refiero en la gente o que apoyaba a la guerrilla, o que simple y sencillamente hacía algo por cambiar el estado de cosas. Entonces, lo que nos cautivó fue eso, y hasta decían que el que el Salvador ejercía como una especie de maldición en contra de nosotros. Incluso, los estadounidenses no se querían ir, siempre decían que habían llegado para quedarse un mes y se quedaban por mucho tiempo o hasta que terminó la guerra.
Acaba de decir “nosotros creíamos en esa guerra y nos causaba esperanza esa guerra”. En la introducción de su libro dice esto: “No tardé en darme cuenta de que en este pequeño país la realidad tiene cara de ficción, y fue precisamente ese descubrimiento lo que se iba a constituir el principal reto de su carrera como periodista (…) Cuando la violencia es un hecho cotidiano, cuando el miedo es tal que llega acomodarse en la piel, ser objetiva es arriesgar la sensibilidad, es casi un acto deshumanizado, ¿Por qué la objetividad se volvió para usted cubriendo la guerra salvadoreña un reto tan grande?
Es que en El Salvador aprendí que el periodismo no tiene que tener necesariamente como una de sus obligaciones ser objetiva, porque cómo vas a cubrir tú un bombardeo en el que una señora está en el campo buscando los pedazos de su hijo, del que ya encontró un brazo, pero le falta la cabeza o algo así. También lo cuento en el libro. ¿Hasta qué punto uno puede ser objetiva frente a esa nota?, ¿Cómo la difundes? Entonces se empieza a cuestionar la objetividad. A ti te, desde las redacciones te preguntaban: ¿De cuántos kilogramos eran las bombas? Y a mí eso no me importaba. De hecho, el libro lo que hice yo fue una especie de reconstrucción de la guerra a través de todos los hechos que se quedaron en silencio. Todo lo no dicho, entonces eran las experiencias de los colegas cuando se quebraban los colegas, al ver una masacre, cuando se que quebraba, incluso de algún miembro del ejército o de la guerrilla, también ellos se quebraban. Tenían una parte humana que nunca nos dejaban registrar en nuestros respectivos medios o que nosotros mismos decíamos, hay hechos que no se pueden cubrir porque o que no nos los van a publicar, porque no consideran que son objetivos o porque incluso nos ponían en riesgo. Estuvimos muchas veces en riesgo.
En su libro cuentan y muestran que era difícil no sentir el dolor en nuestro país. El ejército y los paramilitares asesinaron a civiles y a religiosos y ustedes los periodistas debían presentarse ante el ejército, por ejemplo, y además entrevistarlos y tratar de establecer una relación con ellos que les permitiera hacer su trabajo, ¿cómo era sentarse, conversar e intentar ganarse la confianza de los autores de estas graves masacres?
Nos sucedía a cada rato. Por ejemplo, nosotros para entrar a una zona donde estaba la guerrilla por decirte por ir a Perquín, Morazán, hacíamos una escala en San Miguel donde estaba, el coronel Monterrosa, después el coronel Vargas y le teníamos que pedir a él un salvoconducto para poder entrar a la zona de guerrillera. Nos sentábamos tan tranquilamente con él en la oficina del coronel y le explicábamos obviamente, pues no le decíamos exactamente a qué íbamos. Lo único que nos pedías que regresáramos cuando regresábamos que volviéramos a pasar a la Tercera Brigada. No sé cómo definirla, no sé si era parte del profesionalismo que teníamos que ejercer, pero también sabíamos que era la única forma que teníamos para poder cubrir, digamos, la vida cotidiana en un en un lugar tomado por la guerrilla o tener las declaraciones en exclusiva de no sé, de Joaquín Villalobos o de Ana Guadalupe en Martínez, o de algunos de los guerrilleros que en ese entonces estaban en el frente.
Y a nivel personal, ¿cómo contener todas estas emociones cuando tienen que enfrentarse ante las personas que están señaladas como autores materiales e intelectuales de graves violaciones de derechos humanos?
Uno se acostumbra, se acostumbra al miedo, se acostumbra al dolor y se acostumbra al pues un poco la rabia. Al ver una masacre, cuando volaron la Federación Nacional Sindical de Trabajadores Salvadoreños (Fenasatras), el ver como los sindicalistas estaban literalmente embarrados en la pared. Sus pies, sus cuerpos. Eran experiencias muy duras. Y te voy a decir, el único momento en que yo creo que los periodistas perdimos todos así, todos perdimos cualquier objetividad. Fue el día que asesinaron a los jesuitas. Y es que entrar a la residencia y ver sus cuerpos tirados que habían sido arrastrados. Era gente que nosotros conocíamos, que hablábamos muchos, mucho con ellos. Bueno, también los sindicalistas y eso. Todos nos quedamos callados, no se oía el clic de las cámaras. No sé cuánto tiempo pasó, pero parecía mucho tiempo en paz. A todos nos regañaron en nuestras redacciones porque no llegaba la nota. Tuvimos que retrasarla porque ese día sí, sí nos ganó la piel, nos ganó la piel porque no, no podíamos asimilarlo
A mí, por ejemplo, el miedo lo logré controlar mucho más que el dolor. El miedo lo controlaba hablando, platicando de cosas que no tenían nada que ver con la guerra una vez que caímos en un campo minado. Yo no tenía miedo, yo nada más iba buscando. Me bajé del coche para ir diciendo si se veía algo de alguna mina y platicaba mientras otras cosas como que hay recursos que nosotros teníamos, pero como periodistas quizás les habían dicho a otros colegas, era por yo la primera vez que llegar a El Salvador, salí del aeropuerto y lo primero que vi fue una enorme manta que decía esa, pero no dice “miente en tu país, no en el nuestro”.
Llegábamos a cubrir algún evento de Arena; o de las Fuerzas Armadas; o de la derecha y nos gritaban: ¡periodistas mentirosos, mentirosos! Incluso nos llegaban a golpear. Entonces, desde el principio sabíamos que íbamos. Así nos recibían.
En el Alto Mando Militar y en el gobierno salvadoreño acusaba a la prensa internacional de desinformar y de estar aliados con el comunismo internacional. Honestamente, me sorprendió el parecido. Cambiando un poco el discurso a los estigmas que todavía persiguen a los periodistas, ¿cómo lidiaban con el rechazo no sólo de los grupos de poder, sino también de algunos segmentos del público?
Pues mira, algunas veces fue tan fuerte que, si hubo algunos periodistas que tenían que salir del país. Yo tuve que salir solamente en una ocasión y por un período no muy largo, afortunadamente creo que fueron uno o dos meses porque si había como un acoso en concreto. Era un acoso. Y porque también ser periodista en ese ambiente era tremendo. Y ser ser mujer periodista, más. En una época no dejaban que las mujeres entráramos a los cuarteles. Entonces solamente podían entrar periodistas, hombres. Y lo logramos. Y yo quiero hacer un reconocimiento a las y los periodistas salvadoreños, quienes estaban ahí mucho antes que nosotros, de quienes aprendimos mucho de ustedes, pero no es cierto. Ellos nos abrieron el camino. Cuando llegó la invasión de la prensa internacional, que fue en 1979 por ahí. Puede ser que los periodistas salvadoreños no tenían más espacio para pronunciar sus voces. Pero ellos nos abrieron el camino, ya eran periodistas muy valientes.
A pesar de la persecución, a pesar del riesgo real a la vida. Usted quedó atrapada en la ofensiva en la colonia Zacamil en 1989, ¿cómo resistir a eso y no abandonar el oficio?
Mira, eran. Era muy curioso lo que. Lo que nos pasaba. Era esa seducción que ejerció El Salvador cuando quedamos atrapados en lo que le llamaban la Gran Manzana de la Zacamil, no tuvimos miedo. Era tal el cúmulo de historias de vida en medio de la muerte que allí encontramos, que nos dedicamos a eso. Nos salvamos por un pelito porque le metieron un basucazo a la camioneta justo cuando acabamos de salir. Corrimos, nos escondimos detrás del primer edificio y encontrábamos a cada segundo una historia y además encontrábamos a mujeres que, yo me hice una heridita al caer. No era nada, pero todas me querían curar. Tómese un cafelito, pase adelante. Todos me querían llevar a sus casas. Seguíamos nosotros escuchando los bombardeos. Y ya estaba la tanqueta y ellas les importaba más curarme la herida a que estaban siendo bombardeados. Y luego nos encontramos a la guerrilla. La guerrilla nos contaba también todas las historias porque estaban ahí, a que iban en la hacían o hacíamos una bandera blanca para que pudiéramos salir, pero incluso no queríamos salir. Queríamos contar más historias que. Pues es para eso estábamos, para que fuera centrada en lo que estaba pasando dentro, para transmitir las voces de la gente que estaba haciendo la guerra. Y sabía por qué la gente que la estaba combatiendo y no sabía por qué y todos los demás que las y los que la testificaban. Esas voces queríamos nosotros, pues, que se escucharan fuera del país.
Usted estaba contándonos en el bloque anterior que tuvo que salir del país en un período justamente por el acoso de un militar. En una entrevista que dio para la radio y ese durante la guerra, usted cuenta que le preguntaron cuáles eran los obstáculos para las mujeres periodistas y en ese momento usted contestó que ninguno. Ahora, al paso de las décadas, ha identificado otros obstáculos directamente asociados a ser mujer periodista cubriendo una guerra.
Sí, y yo creo que entonces también los identificaba, pero no había reflexionado mucho sobre ellos. Por ejemplo, uno de los obstáculos era cuando nos tocaba cubrir la Asamblea Constituyente. Ser mujer era que todos nos volteaban a ver. Yo era una joven, la verdad, bonita. Y entonces me volteaba a ver pues ahí todos los diputados que estaban y luego nos mandaban cosas, regalos. Yo jamás los aceptaba. Y a mí uno de los obstáculos que te puedo decir sin ofender a ninguna colega, pero es lo mismo que pasa en todos los ámbitos con la mujer, cada vez menos por suerte, son otras mujeres. Otras mujeres que sí aceptaban esos regalos.
Por ejemplo, un día tenía una entrevista ya programada con el presidente Napoleón Duarte para la televisión la danesa y la noche antes, uno de las manos derechas del presidente Duarte, me habló por teléfono para decirme que me asomara por la ventana, que ahí había un carro, que bajara y que me iba a invitar a hablar sobre la entrevista a un restaurante Yo le dije que no, que muchas gracias. Directamente me canceló la entrevista, me dijo que no habría entrevista al día siguiente y pues eso no le pasa a un hombre. Pero me fue mejor porque nos fuimos a una zona guerrillera y cubrimos una fiesta que era una cosa que no veías. Esa parte humana, se habían tomado un pueblo, estaban celebrando una fiesta con el pueblo y veías a las guerrilleras bailar con los campesinos o los guerrilleros bailar con las campesinos. Fue una historia más linda que una entrevista con el presidente.
Otros obstáculos, pues ahí en el libro hay capítulo que se llama “El arte del capote”, se trata de cómo sorteamos las mujeres esto no te digo, no nos dejaban entrar al principio a los cuarteles y yo acabé subiéndome a helicópteros militares con el ejército para cubrir combates con la guerrilla. O sea, si nos abrimos espacio. Pero nos costó.
Tomando en cuenta que el estereotipo de un corresponsal de guerra casi siempre está representado por un hombre. Recuerda los nombres de otras mujeres periodistas cubriendo la guerra salvadoreña.
Sí, bueno, iba mucho Blanch Petrich (de México), me hablaba siempre como si yo fuera. No es que fuera adivina. Pero como tengo un seguimiento de la guerra, más o menos sabía en qué momento se iba a poner más caliente. Entonces me decía: “¿Qué digo en el periódico para que me manden?”. Una fotógrafa de Estados Unidos que llegó por un mes y se quedó toda la guerra. Estaba también una periodista que se llamaba Melba, que trabaja conmigo. Notimex; Julia Preston, Susan Maiselas, Julia Preston; Mónica Seoane, de Univisión. Había muchas.
Ahora también María, en su libro usted nos narra cómo ante sus ojos empezaron a crecer los números de periodistas asesinados o secuestrados en medio del conflicto salvadoreño, ¿Era deliberado estas acciones del ejército salvadoreño contra los periodistas o eran más bien víctimas colaterales de su trabajo?
No, la gran mayoría eran directamente asesinatos. Algunos casos fueron llevados a investigación, pero yo creo que la mayoría no murieron en fuego cruzado, fueron directamente en contra de ellos. En el caso de los holandeses y luego el caso de otro holandés en la ofensiva que también lo mataron, un helicóptero en un encuentro con la guerrilla y otros, pues que sé que es que era el fuego cruzado, pero directamente una bala se dirigió contra ellos.
¿Sobre qué elementos sostiene esto de que fueron asesinados? no se trató de fuego cruzado, ¿Qué evidencias de ese momento le permiten sostener esta esta afirmación de fueron asesinatos deliberados?
Por ejemplo, en el caso de del otro holandés que le decíamos “el coronel” (Cornel Lagraow) porque su nombre era muy difícil de pronunciar. Se llamaba Cornel. Y él salió con otros tres periodistas a un encuentro con la guerrilla y en un campo abierto. Directamente llegó un helicóptero, les disparó. No había combate. No había nada. Eso era evidente. Incluso el primer periodista extranjero que murió que se supone que sí fue a fuego cruzado, otros colegas que estaban a su lado decían que estaban disparando diez metros arriba de ello y, sin embargo, a él le tocó una bala-
Usted además de ser periodista, era también madre y decidió en 1989 llegar a El Salvador con su hija y radicarse. ¿Cómo lidiaba con las críticas que señalaban esa decisión radical de continuar con su trabajo. Pero además de venir a vivir aquí con su hija?
Mi hija tenía 11 años. Pero no sólo eso, sino que luego encontré un compañero y me quedé embarazada y así cubrí la ofensiva. Pero no sé. Algunas veces en alguna universidad o en alguna escuela de periodismo que me han invitado a dar una charla. Los jóvenes me preguntan o me dicen qué valiente. Yo les contesto: no, no, nunca fui valiente, porque para ser valiente hay que tener miedo. Y yo el miedo lo aprendí a dominar. Entonces lo que era: irresponsable. Entonces la era una irresponsable disfrazada, frente a mí misma. Porque, por ejemplo, para la ofensiva escuchamos a través de Radio Venceremos, que había combates en X lugar. Entonces nos hablamos con otro colega. Me dice paso por ti y pasó a mi casa, me subí al coche y de repente me ve y me dice: “¿Por qué no traes a tu hija?”; y yo le dije: ¡Estás loco! ¿Para qué voy a traer a mi hija? Y él me dijo: “porque ya traes al otro”, y me señaló mi vientre. Ni pensaba que estaba embarazada en ese momento, yo iba a cubrir un combate y a ver si ya se acabó esta guerra, porque ya cayó el muro de Berlín, porque era esa época, este la guerra seguía
¿Y valió la pena ser irresponsable?
Mira, yo creo que valió la pena. Para mí como persona sí, para El Salvador, lastimosamente esa guerra no, nunca terminó, cobró otra forma. Yo me acuerdo que una de las entrevistas que hice al final era en la Comisión de Derechos Humanos y allá yo le pregunté que deja más arraigado, es la que me decía la guerra va a cobrar otra forma en unos años. Celia Medrano, fue la última de las que presidió la comisión de Derechos Humanos. Para que veas, ella sí fue muy valiente. Y Celia Medrano, yo le pregunté qué deja más arraigado, porque ella era él y sí había paz. Y el rencor, el dolor. Y me dijo la memoria. Yo pensaba que la memoria en El Salvador, los iba a salvar. Que, si bien la guerra se había ganado no militarmente, sino por un acuerdo de paz, el pueblo salvadoreño se iba a quedar con esa memoria de lucha, con esa historia tan dolorosa y al mismo tiempo tan amorosa, tan, tan de entrega. Pero no hubo memoria.
Justamente ahí quería detenerme, ¿viéndolo desde fuera, reconoce que hemos perdido la memoria?
Esto suele pasar en muchas guerras, incluso en España, después de la Guerra Civil, y ya en la transición, como que no quisieron saber ya de los muertos. Y buscar a los desaparecidos o sus restos. Y yo pienso que sin memoria no hay verdad y sin verdad no hay justicia. ¿Por qué mi libro se llama “Memoria intacta”? Porque narra hechos que no fueron cubiertos en los medios. O fueron cubiertos de otra forma. Una vez me tocó ir a un campamento de la guerrilla, a un operativo, y resulta que quién estaba al frente de la columna era del lugar donde íbamos. Eso fue muy, muy impactante. Pero nadie iba a hacer una historia así en un periódico. Lo que me contó fue lo que sintió cuando vio a su hermano que era guardia muerto. A mí me impresionó y quizá por eso no he querido volver a El Salvador, porque creo que el dolor que siento al ver que esos más de 10 años en que se vivieron esos muertos, esos desplazados, esos desaparecidos, fueron invisibilizados.
Su libro está lleno de personas que ya murieron. Algunas fueron cruelmente asesinadas. Hay muchas imágenes indignantes y dolorosas, ¿cómo ha sobrevivido con todo ese dolor?
Pues es que sigo. Soy una necia porque ahora me dedico a otros dolores. México ahora está lleno de dolores. En México hay una guerra. En México hay periodistas que cubren zonas que están en guerras, como Javier Valdez, a quien le costó la vida y es ahí. Sé de 30 periodistas asesinados en el último año. La cifra es muchísimo mayor que la que hubo en una guerra declarada en El Salvador. Yo me reúno con las madres que están buscando a sus hijos desaparecidos.
Yo sigo, sigo porque la paz no ha llegado a México. Esto está lleno de amenazas a periodistas, lleno de amenazas, llenos de periodistas asesinados, lleno de periodistas perseguidos y desplazados y desplazados de las zonas que tienen que cubrir. Entonces he logrado sobrevivir, quizá porque sigo sintiendo la necesidad y tengo la necedad de creer que es posible corregir un poco esta violencia.
María Sí, sí, sólo ha pasado de una lucha a otra, ¿ha tenido tiempo para curarse?
¿Qué te puedo decir? Sí, yo creo que me cura encontrarme y compartir experiencias con las madres que están con sus uñas buscando fosas para encontrar a sus hijos. Ese dolor es inmenso, pero del abrazo de ellas de después porque estuviste ahí o porque les diste un pedacito de la casa refugio para que expusieran sus experiencias o todos los centroamericanos que llegan aquí. Y bueno, visibilizar esos dolores quizás es lo que me sana Porque yo creo que eso es lo que hay que hacer, visibilizarlo y hacer que la gente reflexione.